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fuerza Venezuela ❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️
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La Revolución Bolivariana que comandó Hugo Chávez no prometió una democracia liberal. Su propósito era establecer una democracia mayoritaria que desembocara en una democracia participativa. Se retomaba, aunque en clave popular y antielite, lo que en 1919 publicó el periodista y político venezolano Laureano Vallenilla Lanz, en su libro Cesarismo democrático. Ante lo que concebía como la existencia de un pueblo incapacitado, Vallenilla reivindicaba para el país el ideal del caudillo carismático y gendarme que concentrase poder y garantizase orden. O, puesto en otra clave y en términos de Antonio Gramsci, ante la muy aguda inestabilidad derivada del «Caracazo» de 1989, Chávez aparecía para muchos como la expresión de un «cesarismo progresista».
A partir de la gestión de Nicolás Maduro, la incierta aspiración a una democracia mayoritaria encabezada por un «buen César» se transformó en un «cesarismo regresivo» y en una oclocracia liderada por un «mal César». Según Polibio (siglo II a. C.), la oclocracia desvirtuaba la democracia con su recurso a la demagogia y la ilegalidad. En una interpretación más moderna, en una oclocracia, antes que fortalecer a un pueblo organizado y el poder popular, se instrumentaliza a las masas por diferentes medios y se afirma una estrecha base de apoyo para lograr la supervivencia de un grupo en la cima del gobierno. Ahí se produce un retroceso: componentes básicos de toda democracia, como la protección de los derechos humanos, se degradan y surgen dispositivos autoritarios. En Venezuela esto se da en medio de una monumental crisis económica, que arrasa con los avances que beneficiaron a los sectores populares, agudiza la confrontación social y refuerza una economía sustentada en el petróleo.
Pero más allá de tal o cual definición politológica que precise la naturaleza del régimen actual, la comunidad internacional debe lidiar con la Venezuela
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