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La experiencia cristiana se alimenta de un recuerdo: la vida, muerte y Resurrección de Jesús. Esta memoria cuando corre el riesgo de desvanecerse o tergiversarse, da lugar a los evangelios y esa memoria fijada, escrita es normativa, punto de referencia para las comunidades cristianas. La celebración de la fe es actualizar y hacer presente esa memoria (Eucaristía).
S. Francisco, después de su conversión vive de la memoria de Cristo pobre y crucificado, con dos momentos Belén y El Calvario. Aprendemos con Francisco que hacer memoria de Navidad es mucho más que un ejercicio anual de sentimentalismo adornando con musgo, guirnaldas y luces una situación más bien de desamparo; es una invitación a poner en el centro de nuestra vida a ese niño desvalido y dejar que nuestra vida quede afectada, iluminada, cuestionada por esa memoria. Como dice el teólogo J.B.Metz esa es una “memoria peligrosa”, porque cuestiona nuestros olvidos, nuestro vivir de espaldas a lo desvalido y los desvalidos de este mundo.
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