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La Monarquía representa la pluralidad de identidad y la constante renovación dentro de la continuidad. La democracia exige el cambio cíclico de gobernantes. Ningún partido puede estar permanentemente en el poder y la alternancia es un componente básico del sistema. Pero en ese mismo sistema, el Monarca puede y debe representar los valores de un país en el que ostenta la jefatura del Estado. Y al representarlos se convierte en un elemento de convergencia entre diferentes intereses de identidad política y étnica.
Un Rey de España que ostenta títulos como Rey de Castilla, de León, de Aragón, de Navarra, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Córdoba, de Murcia, de Gibraltar, de las Islas Canarias, Conde de Barcelona y Señor de Vizcaya, por hablar sólo de los territorios que hoy son españoles o aspiramos unánimemente a que lo sean, necesariamente es visto como una referencia incluso por quienes no necesariamente se sienten españoles.
2. La Monarquía es un sistema más moderno. La República es un sistema más natural; es decir, es más elemental, más atrasado. Toda manifestación de civilización es una resta a lo natural. Todo lo que es más natural es más inferior. El reparto comunal de los bienes es más natural que la propiedad. Así, toda la civilización -los Reyes, la propiedad, el contrato matrimonial- implica un elemento de modernidad y es complicación y artificialismo, sobrepuestos, como freno y límite, a esas naturalidades. Como son también añadiduras a lo natural la educación, los modales o la corbata. Y precisamente por la elaboración y decantación -a través de los siglos- que conlleva una Monarquía, hay que entender que no está en la mano de cualquier pueblo tener una Monarquía, pero sí lo está el tener una República. Una revolución se hace en 24 horas; una Monarquía resulta de la decantación de los siglos.
3. La Monarquía permite la independencia. El sucesor o Príncipe Heredero, igual que su padre o pariente el Rey, no puede ser utilizado por políticos, ya que debe su condición a la naturaleza; está designado desde que nace y la nación lo conoce como tal anulando luchas por el poder en la cúpula. En una época racionalista como la nuestra, puede parecer anacrónico el principio hereditario: se basa en la parte física del hombre que el racionalismo e idealismo desprecian y que nuestra sociedad cultiva sin medida. Pero en realidad el cuerpo es tan humano como el espíritu, y la herencia es la única forma de designación de jefe de Estado que no es manipulable , lo que inviste al Rey de independencia, la condición más importante en su función.
Lo que da un valor inigualable a la Monarquía es la herencia en la jefatura del Estado por la independencia de que le dota la condición hereditaria. Y la condición hereditaria ha de darse dentro de una familia. Es lo que el político y diplomático francés Charles Benoist resumió en la máxima «una dinastía, siempre la misma, en una Monarquía siempre renovada». Como sostenía don José María Pemán en sus «Cartas a un escéptico en materia de formas de gobierno»: «Por mucho que se aguce el ingenio no se encontrará jamás ninguna forma de transmisión inmediata, sin intervalo ni solución de continuidad, comparable en claridad y rapidez a la transmisión familiar de padre a hijo.
Por eso todos los fundamentos sociales que requieren características de continuidad y permanencia tienen histórica y científicamente carácter familiar; por eso «el padre» es la gran palabra sillar e inconmovible que aparece escondida en la raíz etimológica de todo cuanto designa algún sostén fundamental de la sociedad humana.
A cosa de padre suena la patria, que es la nación; y el patrimonio, que es la propiedad, y el patriarca, que es la autoridad. A cosa de padre tiene que sonar también, si no en su nombre, en su realidad entrañable, la mejor forma de Gobierno», la Monarquía. Y para rematar su idea Pemán concluye: «La familia, que no el individuo, es secularmente el sujeto de la propiedad, de la preeminencia o del honor. ¿Qué tiene de extraño que sea también el sujeto del Gobierno?» Y fuera de la herencia, no hay otra salida que la elección, con sus condicionantes de dependencia, incluso servilismo y de busca de beneficio en el plazo de poder.
4. El peor Rey sigue siendo mejor. La condición humana es impredecible. La historia de todas las monarquías que en el mundo hay o hubo ha generado buenos y malos Soberanos. Y con frecuencia no han sido los peores los que estaban en el trono en el momento de un cambio de régimen. Pero la Monarquía ha evolucionado con el concepto de soberanía nacional y hoy en día, en Occidente, forma parte de regímenes constitucionales.