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En aquel tiempo, cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de este. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga. Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a este: Vete, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace. Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande. Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.
Este es un pasaje de gran belleza, pero que tiene también algunos elementos teológicos muy significativos. Nos encontramos ante una escena que sucede en Cafarnaúm, poblado de Galilea. Esto es muy importante por el rol de Galilea en los evangelios. Se trata de una tierra judía, pero de judíos de, podríamos decirlo así, “segunda categoría”. Es una zona comercial, muy dada, por ello, al intercambio y mucho menos rigurosa que Judea con las estipulaciones religiosas y, por lo mismo, despreciada por los habitantes de esta última ciudad. Señalar esto es significativo porque gran parte del mensaje de Jesús se desarrolla en esa zona geográfica, lo cual, por supuesto, no es casualidad: es una clara opción personal del Señor por los vistos por sobre el hombro, por los insignificantes. Esta situación se hace aún más patente si tenemos en cuenta que es el mismo Jesús un Galileo: Dios mismo se encarna entre los de menor rango, “haciéndose uno de tantos”. La preferencia de Dios por los no-personas, lo recuerda siempre Gutiérrez, es manifiesta en la Biblia.
Ahora bien, esto cobra particular peso si se atiende a que el personaje central de este relato no solo está en Galilea, sino que, encima, es un pagano: un oficial de la Roma que esclaviza al pueblo judío. Pero, de ahí la riqueza de la enseñanza del pasaje, es precisamente este pagano que habita un pueblo de insignificantes quien dará señales de una fe que asombra al mismo Jesús. Noten, primero, algo capital: el centurión no pide para sí, sino para un siervo. Más claro, este habitante de la “Galilea de los paganos” pide por uno que está aún más proscrito que él: un subordinado y un enfermo. Insisto en que notemos la relevancia de la construcción del texto: el hagiógrafo nos quiere mostrar que, justamente, por el obrar de este pagano es que Jesús puede darle un revés a la historia y decir de él que ha tenido más fe que un israelita. El pagano y proscrito servidor de los opresores romanos ha ido a buscar a Jesús para salvar a su siervo: se ha hecho servidor de su siervo y ha roto con los prejuicios para acercarse con humildad a un judío que, bien podría ser el caso, lo desprecia, pero que sabe que puede ayudar a su empleado. No solo eso, sino que confía tanto en su poder que no requiere, siquiera, que entre a su casa, porque está seguro de que sus palabras bastan para sanar. Es una frase de gran belleza que no en vano se recoge en la liturgia eucarística.
Este centurión, un cristiano anónimo, para usar un giro de Rahner, es un claro signo de aquello que busca Jesús en nosotros. De un lado, la fe de aquel que se dispone al encuentro, de aquel que confía incluso sin necesidad de ver. La fe, sin embargo, puede terminar siendo una mera experiencia psicológica si es que esta no es capaz de llevarnos más allá de nuestro propio sosiego; de ahí que sea fundamental que la fe nos hermane con quien menos tiene y con quien más sufre. Que el motor de todo lo que pasa en este texto sea el siervo anónimo es algo de absoluta importancia. De él nada sabemos, solo está muy clara la inminencia de su muerte porque “está muy mal”: a Jesús le conmueve ese dolor, pero, lo conmueve también la preocupación de su patrón porque es ese el tipo de amor que él demanda, un amor oblativo, de entrega. Cuando es esa la experiencia de la fe, los rótulos se hacen mucho menos importantes. Paganos o creyentes dejan de ser rótulos divisorios: lo que hermana es la fe en el don gratuito del amor de Dios. Hay muchos cristianos, a veces nosotros mismos, que hacemos muy mal uso de ese nombre; algunos “paganos”, en cambio, han construido por nosotros la sinagoga, en silencio y con perfil bajo. Que su obrar, tantas veces más cercano a Dios que el nuestro, sea nuestra inspiración permanente.
Explicación:
Respuesta:
Con estas palabras Jesús nos deja una reflexión importante:
Qué siempre hay que tener fè en el, porque si no tenemos fè
los milagros no se cumplen el curo al criado solo diciendo
palabras.
No podemos engañar Jesús por que el se da cuenta. Solo
teniendo la fè y el amor a Jesús los milagros se cumplen...