• Asignatura: Religión
  • Autor: Anónimo
  • hace 3 años

cómo sería una sociedad sin hombre

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Respuesta dada por: madianareynoso123
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Los hombres brillantes, además, son mucho más brillantes que las mujeres brillantes. Porque son hombres, claro. Es decir, eso siento yo, que soy mujer: embeleso.

Alicia en el país de las maravillas, versión de Jonathan Miller

Las torturas internas a las que someto a mis valientes alumnos de los talleres virtuales son inenarrables; se diría que yo, en cambio, simplemente recibo mi cosecha de textos literarios y me dispongo a leerlos, tranquila y a salvo, en algún café del Centro o Ciudad Vieja. Pero, por aquello de la ley del karma, todos esos ensalmos que lanzo sobre quienes me siguen en este misterioso asunto del hilo de Ariadna se me devuelven multiplicados, y cuando quiero acordar me veo envuelta en los mismos procesos que ellos. Si pergeño un inspirado speech sobre la sincronicidad, los encuentros mágicos, las señales del mundo a las que uno se cierra, me creo muy lista por haberlos dejado sintonizados en el canal de la vida y sus sentidos, prestos a caer por cualquier agujero de conejos de Alicia, cuando ¡zas! al otro día a mí me ocurre un episodio sísmico inesperado, o termino embarcada en una vuelta interna a Ítaca; una de aquellas cruzadas rebosantes de mapas, brújulas, faros, monstruos marinos, dioses aliados y bardos capaces de embelesar aun más que el peligroso canto de las sirenas. Si les mando una consigna sobre padres e hijos, me veo inmersa en mis propias revisiones hacia ambos lados del camino; si el taller es sobre historia personal, al poco me veo desempolvando mis viejos diarios; si el trabajo literario es a partir de los sueños, rebrotan las imágenes más vívidas y mis erupciones de cuatro, cinco, hasta seis sueños por noche (movimiento incontrolable que se aplaca, cual volcán dormido, una vez que ese trabajo ha terminado). Así, soy madre contenedora, padre estricto, guía sabia, compañera maravillada y víctima sacrificial de mis propios alumnos. Para hacerlos a la mar a ellos, me tengo que exponer a los tiburones; para lograr que muestren —y se muestren— sus complejidades, riquezas y particularidades internas, mi alma tiene que hacer primero el striptease de rigor. Así funciona: como en casi todo lo importante, hay que poner el cuello. Y rezar, por las dudas.

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