Un murmullo de piedad y desánimo cundió por la estancia real. Ciertamente, el llamado Ezael era
lo que parecía: un muchacho. Ni siquiera se trataba de un hombre hecho y derecho, con un mínimo
de posibilidades de enfrentarse al dragón. Tal parecía que la suerte de la princesa estaba echada. ayuda
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