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Larguísimo ha sido el debate sobre las identidades nacionales y la cultura. Se preguntan los teóricos si será pertinente todavía discutir acerca del primero de estos dos conceptos. Esta nota reúne tres textos1 que, a diferencia de otros, se centran en la cultura popular y en los "valores" para acercarse a las diferencias que pueden, aún hoy día, crear nexos de identificación entre las comunidades. Su aportación es que parten de las prácticas cotidianas para desarrollar el tema. Dos de los textos están directamente enfocados en la cultura canadiense, cuya larga tradición ensayística sobre la identidad es patente en el canon tanto literario como sociohistórico. La construcción de Canadá como una unidad hecha de diversidades ha estado presente en los discursos de escritores, pintores y cineastas, y también en los de cantautores, músicos y hacedores de políticas culturales. El texto de Tim Edensor estudia específicamente la construcción de la identidad escocesa, y se utiliza como un marco teórico mayor que puede ser de gran utilidad para analizar fenómenos culturales en cualquier otra parte del mundo. Tanto el de Pevere y Dymond como el de Adams se enfocan en la sociedad canadiense de los años noventa. Su contraposición nos permite reconocer que, a pesar de los evidentes cambios en los marcos teóricos actuales, la noción de identidad no puede ni debe borrarse del espectro de los estudios contemporáneos sobre la cultura.
La comprensión del concepto de identidad ha variado con las décadas; se le ha sometido a crítica en tanto se le utilizó, durante mucho tiempo, para etiquetar, para forzar semejanzas, para homogeneizar. Como ya se apuntó, en el caso específico de la cultura canadiense, el debate no ha dejado nunca de estar en el centro de la atención tanto de la academia como de las políticas y las industrias culturales. La teoría contemporánea señala que al hablar de identidades es importante no perder de vista que éstas se construyen de diversas maneras, por medio de discursos, prácticas y puntos de vista que, en muchas ocasiones, antagonizan entre ellos. Las identidades parecen anclarse en un pasado del cual provienen; sin embargo, lo que realmente las conforma es el resultado del uso de los recursos que provienen de la historia, la lengua y la cultura en el proceso de devenir y no en el de ser. Después de confrontaciones y análisis, sabemos que hoy día, al hablar de identidad, no deberíamos preguntarnos quiénes somos o de dónde venimos, sino en qué nos convertimos a partir de cómo hemos sido representados y de qué forma estas representaciones han afectado la manera en que nosotros mismos nos referimos a lo que somos y cómo construimos nuestras representaciones. Uso y representación son, entonces, conceptos clave para eliminar la idea de fijeza que subyace en el término identidad cuando se le identifica con tradición, canon, homogeneidad.2 Tim Edensor (2002) rebate a multi-citados teóricos como Eric Hobsbawm o Benedict Anderson, por considerar que, al analizar sólo las tradiciones y los grandes discursos nacionales con base en la alta cultura y en la cultura oficial, presentan una lectura reduccionista de las identidades nacionales. Su teoría se basa en afirmar que, en el terreno afectivo, tanto las formas culturales tradicionales como la práctica de lo nacional se complementan en ciertos casos y en muchos otros están siendo reemplazadas por significados, imágenes y actividades derivadas de la cultura popular.
[...] en nuestra época, resulta insostenible el consenso acerca de la formación del canon y el reconocimiento universal de la excelencia. Hoy día, la identidad nacional puede identificarse tanto en películas y productos y estilos televisivos, como en la música popular y en la moda. [...] Los medios masivos de comunicación se han convertido en la forma más importante de diseminación de representaciones de la nación (Edensor, 2002:141).3
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nacional habla de la cultura del un solo pais y dando a conocer todo lo que se hace hay y la popular habla de las culturas internacionales haciendo la diferencia