Respuestas
Respuesta:
El estigma social en el contexto de la salud es la asociación negativa entre una persona o un grupo de personas
que comparten ciertas características y una enfermedad
específica. En un brote epidémico, esto puede significar
que las personas sean etiquetadas, estereotipadas, que
se las discrimine, que se las trate por separado y/o que experimenten una pérdida de estatus debido a una percibida
conexión con una enfermedad.
Este tipo de trato puede afectar negativamente a quienes
tienen la enfermedad, así como a quienes los cuidan, a sus
familias, amigos y comunidades. Las personas que no tienen la enfermedad, pero comparten otras características
con ese grupo, pueden también sufrir estigmatización.
El brote epidémico actual de COVID-19 ha causado estigmatización social y comportamiento discriminatorio hacia personas
de cierto origen o contexto, así como hacia cualquier persona
que se percibe haya estado en contacto con el virus.
Explicación:
A Yuanyuan Zhu, una mujer china que vive en EEUU desde hace años, le escupieron en la calle hace unos días; apenas uno más de los incidentes en los que decenas de chinos-estadounidenses y personas con rasgos orientales en diversas partes del mundo han estado siendo agredidas a causa de lo que los agresores consideran el “origen” de la pandemia. Trump mismo apoda al Covid-19 como el “virus chino”. Ya desde febrero, la Liga-Antidifamación (ADL) reportaba que el coronavirus está exhibiendo el miedo, los estereotipos y la necesidad de encontrar culpables o chivos expiatorios en todo el globo. La crisis está elevando la publicación de cartones y textos que utilizan figuras racistas y antisemitas. Esto no se detiene ahí. Pareciera que el temor a que “otros” nos contagien nos hace reaccionar de formas peculiares. Ya no los países, sino los propios gobiernos estatales en EEUU están pidiendo—usando lenguaje que hasta ahora solo se había empleado para referirse a “extranjeros”—que los “neoyorkinos” o los residentes de los “focos rojos” no viajen a sus estados, y si vienen, “se preparen” para largas cuarentenas. Mientras que en ciertos países el virus parece ser atribuido a un “mal de las clases bajas”, en otros países el virus es etiquetado por algunas personas como “fifí”. Sin embargo, el mirar el panorama amplio y revisar lo que está pasando en distintas partes del globo a la vez, evidencia que, en medio de esta crisis sistémica de múltiples responsabilidades compartidas, las etiquetas son nuestras, este virus no reconoce ni desconoce, ataca, y se esparce donde y como puede.
Cuando en nuestro pensamiento desarrollamos estereotipos, prejuicios y etiquetas que envuelven a categorías enteras de grupos sociales, económicos, políticos, étnicos, religiosos, nacionales o culturales, entonces, cualquier individuo que, según asumimos (incluso a veces solo por su apariencia física), pertenece a esa categoría, comparte, en nuestra mente, los atributos que caracterizan a ese grupo social etiquetado, y, por tanto, comparte la “responsabilidad” de hechos y causas que nosotros suponemos son atribuibles a ese grupo social. De acuerdo con la pirámide del odio desarrollada por la ADL, desde las actitudes basadas en el prejuicio, se asciende al comportamiento basado en dichos prejuicios, lo que ya puede incluir actos discriminatorios o microagresiones (como pudiera ser insultar o escupir a una china-estadounidense). De ello a la comisión de otras clases de violencia (como lo son los crímenes por odio o, como apenas antier pensaba hacerlo un extremista atacando con coche bomba un hospital que alojaba pacientes enfermos de Covid-19 en Missouri) hay un solo un nivel en dicha pirámide (ADL, 2019).
La pandemia actual está exhibiendo muchas de esas conductas. Etiquetar al virus es, en realidad, etiquetar a seres humanos que lamentablemente, han caído enfermos. Solo considere usted qué es en realidad lo que Trump quiere decir cuando declara que el virus es “chino”. Un mal “ajeno” que nos llega a “nosotros” por la culpa de “los otros”. Responsabilizar, mediante estereotipos y/o prejuicios, a colectivos sociales, nacionales, económicos, étnicos, religiosos, sociales o políticos determinados, es mirar de manera parcial al sistema en su conjunto y a todo lo que está ocurriendo, día con día, en ese sistema enfermo en el que como dije, hay múltiples responsabilidades compartidas que habría que entender y afrontar.
El virus no reconoce ni desconoce, ataca. Se esparce originalmente—según se piensa, habrá que ver lo que en un futuro se investigue al respecto—desde los mercados de animales entre la gente que compra y consume productos, y se mueve rápidamente, por medio de cuerpos humanos, de la forma que encuentra para moverse mejor. En efecto, viaja, cuando puede viajar. Lo hace por avión, cuando a las personas les toca volar. Pero también lo hizo en autos y autobuses o por trenes, infectando a decenas de miles de todos los estratos sociales en China. Lo mismo inunda las iglesias en Corea que las plazas, centros comerciales o espacios públicos en Malasia, en Kenia o en Pakistán, cuyo presidente permitió a unos 250 mil musulmanes de distintos países reunirse el 11 de marzo en un evento religioso, a pesar de que el virus ya se estaba expandiendo, y luego regresar a sus sitios de origen. Ello ocasionó que eventualmente el Covid-19 llegara lejos, a sitios como Gaza, portado no por gente rica y de negocios, sino por personas que habían acudido a un acto masivo relativo a su religión. En Irán, uno de los focos de contagio más importantes de su región, el coronavirus se expandió desde las mezquitas entre y por personas que solo iban a rezar.