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El título de «emir» ha variado de significado a lo largo de la historia. Si bien al principio de la hégira designaba al jefe del mundo islámico, tras crearse los títulos de sultán y malik(rey), el título de emir quedó desplazado para designar a dignidades menores u oficiales.
Con este sentido militar, fue utilizado en Egipto o Siria en la época de los ayubíes y de los mamelucos. Los emires mandaban grupos de 100 hombres y los emires de la guardia de la realeza.
Este título es también utilizado para designar a todos los descendientes de Mahoma y actualmente designa a los príncipes de las casas reales.
En al-Ándalus, los jefes de Estado omeyas ostentaron el título de emir desde 773. Abderramán I fue el primero en adoptar este título, independizó política y administrativamente a al-Ándalus del califato Abasí, pero mantuvo la unidad religiosa que se concretó en el reconocimiento de la autoridad meramente espiritual del califa. Solo en 929, el emirAbderramán III adoptó el título de califa.
Se llama jerifes a los descendientes de Mahoma por su hija Fátima az-Zahra. En el caso de que el jerife ejerza un cargo de alto prestigio, se le llama emir. Por extensión, se llama jerife a cualquier persona de origen noble.
Visir (del árabe, وزير wazīr) es, en un contexto histórico islámico, un cargo equivalente al de ministro, asesor o valido de un monarca.
La figura del visir en la época musulmana cobró importancia cuando los califas abasíes adoptaron las formas de la extinta monarquía persa. El califa se rodeaba de pompa y se convertía en un ser misterioso e invisible, que gobernaba por medio de un primer ministro que generalmente cumplía la doble función de mantener al monarca alejado de las ingratas tareas administrativas y al tiempo atraer sobre sí mismo las responsabilidades y cuentas que pudieran pedirse sobre la acción de gobierno, manteniendo así intacta la reputación del califa, jefe temporal y espiritual de la comunidad. La figura no tiene nada de original: no está ligada únicamente al califato ni tampoco a un contexto islámico, aunque fuera de él no se usa el término visir.
En el oriente musulmán (Máshreq) muchos visires eran persas, personas que -quizá por su tradición cultural- estaban más preparadas para asumir las tareas de administración de un gran territorio que sus jefes, los califas árabes o los sultanes otomanos, unos y otros procedentes de tradiciones culturales nómadas o en cualquier caso ligadas a pequeños Estados.
Los visires ejercían en ocasiones el poder de facto, dejando a los monarcas como meras figuras legitimadoras de su autoridad, tal y como ocurría en Europa con los validos de los reyes.
Un cadí (plural: cadíes) (en árabe قاضى) es un gobernante juez de los territorios musulmanes, que reparte las resoluciones judiciales en acuerdo con la ley religiosa islámica (lasharia). La palabra "cadí" significa juzgar o magistrado. De acuerdo con el derecho musulmán, los cadíes deben basar sus sentencias en la ijma, aconsejados por los ulemas.
Si las sentencias no parecen conformes al derecho, se las somete al mufti, que pronuncia en último recurso.
Del cadí se espera el máximo ejemplo de moral y buenas costumbres, al igual que un amplio conocimiento y comprensión del derecho y del Corán. Debe dar con su conducta muestras de valor y ecuanimidad, así como firmeza en sus decisiones.
El nombramiento de los cadíes era una prerrogativa exclusiva de los soberanos, que los nombraban al igual que a sus visires y secretarios. Su cargo revestía gran dignidad y se sabe de su importancia dentro de la sociedad andalusí. De hecho, los cadíes se convirtieron en los virtuales censores de las máximas autoridades y en el único freno con que contaba el pueblo frente a las arbitrariedades de sus gobernantes. Su poder era indiscutible, y la sencillez de costumbres, la modestia y su incorruptibilidad eran condiciones ampliamente reconocidas. Los cadíes contaban con gran respeto entre la población, ya que eran los encargados de mantener el orden e impartir justicia, y el monarca pocas veces se atrevía a quebrar sus sentencias.
El cargo estaba limitado por la potestad del soberano de turno, que podía solicitar la renuncia. Era justamente ese el medio por el cual un cadí dejaba su cargo: nunca el emir o califa echaba a sus jueces, sino que eran éstos quienes se apartaban de su magistratura. Tal era la condición de respetabilidad y jerarquía de un juez que pocas veces los monarcas se atrevieron a quebrantar esta norma.