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En un remoto pasado, griegos y troyanos se enfrentaron en una extensa lucha. Los primeros sitiaron la ciudad de Troya hasta destruirla a sangre y fuego. La mayoría de los detalles se perdieron, pero nuestra cultura conservó fragmentos importantes gracias a la composición oral y al canto público de poetas errantes de prodigiosa memoria, llamados aedos o rapsodas, que luego fueron la base de textos que aún podemos leer. En el centro de esta historia, emerge la figura del primer pensador creativo del que tenemos recuerdo. Se trata de Odiseo, o bien Ulises en su forma latina, cuya sinuosa vida está extraordinariamente bien documentada, considerando la distancia que nos separa de ella. Transgrediendo prácticas habituales y esquemas consagrados, propios de su época, introdujo sistemáticamente nuevas formas de enfrentar los peligros y resolver los problemas. En cada acción representó un ejemplo de prudencia, tenacidad y capacidad de respuesta, pero en sus empeños jamás sometió el núcleo permanente de su existencia, su sentido de vida, a ganancias pasajeras. Ningún poeta habla todavía de creatividad, en cambio encontramos el vocablo metis, seguramente su antecedente más lejano