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Sobre un esquema de novela de intriga, Arturo Pérez-Reverte presenta en El maestro de esgrima (1988), con afinadas pinceladas, el ambiente de una época y la psicología de unos personajes. En Madrid, en un tiempo cortesano y provinciano, bajo el reinado de Isabel lI, la política ameniza las tertulias con sus dimes y diretes, y sus avatares son ocasión para el nepotismo, la traición o la venganza.
El maestro de esgrima Jaime de Astarloa se contempla envejecer allí, viviendo más en el interior de sus recuerdos que en el mundo que le rodea. Todas sus vivencias pertenecen ya a una época pasada, y aunque se resigna con serenidad a asumir la realidad del otoño de su vida, conserva aún la ilusión de aportar a su profesión una genialidad perseguida durante años: un tiro certero, imparable y definitivo, su particular Grial, como con suave ironía lo califica don Luis de Ayala, marqués de los Alumbres, uno de sus clientes.
La irrupción en la rutina diaria del maestro de Adela de Otero, una bella y enigmática joven que solicita sus servicios para perfeccionar su técnica, con una estocada que Astarloa reserva sólo para sus discípulos más aventajados, infunde nueva savia a su vida y transforma su apacible calma en amable desasosiego.
Don Jaime de Astarloa es en cierto modo un quijote, no extravertido en el sentido clásico, sino más bien introvertido, teniendo para sí como un tesoro sus profundas convicciones acerca del honor, la honradez y la fidelidad. Estas cualidades pertenecen a un mundo que, si alguna vez existió, está cambiando, algo que Astarola se resiste a aceptar. Ahora priman otros valores, como el poder del dinero, la ambición política y el sentido práctico a cualquier precio.
Adela le utiliza para entrar en contacto con el marqués, con el que le es fácil entablar una relación que el maestro presentía y al mismo tiempo temía. Astarloa no quiere ni puede sentirse decepcionado, y prosigue su rutina de clases de esgrima, a pesar de que sus nuevos discípulos empiezan a tomar como un deporte lo que para él es no ya una técnica, sino todo un arte ligado a los lances de honor.
Pero los acontecimientos se precipitan: el ambiente político amenaza cambios profundos y el marqués de los Alumbres le confía un sobre lacrado con documentos de suma importancia. "¿Por qué yo, Excelencia?", pregunta el maestro. "Por algo elemental, don Jaime. Es usted el único hombre honrado que conozco." Posteriormente, Luis de Ayala aparece asesinado de un certero tiro de florete en el cuello. La estocada precisa (que Astarloa reconoce) y la desaparición de Adela le sumen en un mar de confusiones, y presiente lo peor.
Para tratar de encontrar una explicación, decide abrir el sobre lacrado, que contiene cartas comprometedoras que hablan de traiciones y sobornos, pero cuya relación con lo ocurrido no logra desentrañar. Esto le obliga a ponerse en contacto con un tertuliano asiduo, liberal y revolucionario de salón, con cuya ayuda espera encontrar el sentido de toda aquella correspondencia y, por ende, la pista del asesino. Pero el descubrimiento en el río del cadáver de una mujer desfigurada que, según todos los indicios, puede ser Adela, cambia las cosas. Cárceles, el tertuliano, ha desaparecido y también los papeles. Más tarde encontrarán a Cárceles torturado y a punto de morir, y entonces Astarloa cae en la cuenta de que él mismo, por oscuras razones, es el próximo objetivo.
Se dispone a pasar la noche en vela, armado y a la espera del asesino. Efectivamente, de madrugada entra en la casa un personaje conocido que explica todos los misterios que rodean el caso, porque a fin de cuentas ha ido, a pesar suyo, a matarlo. Desconcertado, el maestro pierde toda la ventaja que había preparado y se ve obligado a batirse en condiciones desfavorables con un florete de salón, con botón en la punta.
A punto de perecer en el lance, su intuición y experiencia le hacen vislumbrar una debilidad del adversario y una posibilidad de dar un tiro mortal, a pesar de todo. Por fin había descubierto su más preciado sueño, la más perfecta estocada surgida de la mente humana. Al alba, mientras un clamor de voces ilusionadas anunciaba la marcha al exilio de la reina y la llegada de nuevos hombres y nuevas esperanzas, en la alfombra de la galería de esgrima yacía tendido un cuerpo hermoso, en un charco de sangre.