¿porque se tornó peligroso en algún momento de la historia de la humanidad saber leer y escribir?
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No hace muchos años se publicó en Alemania un libro con un título llamativo: “Las mujeres que leen son peligrosas”. Se trata de un amplio recorrido por la historia de la pintura desde el siglo XIII hasta la actualidad y muestra en los más diversos estilos un personaje femenino que está leyendo. O bien ha interrumpido la lectura y descansa con la mirada perdida de quien medita sobre lo que ha leído. A veces la lectora duerme con el libro en la mano. Otras, mira al artista que la retrata con expresión desafiante: podría estar urdiendo una venganza. Los personajes van desde monjas y santas medievales hasta aristócratas rodeadas por el lujo, pasando por modestas burguesas como las que aparecen en los cuadros del holandés Vermeer. El título del libro es suficientemente expresivo de su mensaje y los autores, Stefan Bollmann y Elke Heidenreich, explican ampliamente en la introducción la tesis que sugiere tan deslumbrante despliegue. A lo largo de la historia, mantienen, son sobre todo las mujeres quienes han leído, mientras los hombres se dedicaban a otros menesteres. E incluso cuando no han leído, han sido ellas quienes han conservado en la memoria y transmitido oralmente la sabiduría práctica y los cuentos de hadas que forman la tradición de su pueblo. ¿Cómo explicar si no que la Santa Inquisición quemara tantos libros y tantas mujeres, muchas más que hombres? Las mujeres que leen son peligrosas porque leyendo pueden adquirir ideas y con ellas es de temer que quieran tener una vida propia, evadirse de sus labores y, al final, independizarse de la autoridad competente. Y no sólo leen sino que son capaces de conservar el saber colectivo para transmitirlo a la posteridad incluso cuando cuando el Poder decide quemar todos los libros. Así ha sucedido no pocas veces en la historia, como ilustró la novela de Ray Bradbury Farenheit 451 (y la película de Truffaut de 1966). Y lo peor de todo: como muestran los cuadros, las mujeres suelen leer a solas, buscando para ello un lugar de aislamiento e independencia del que la sociedad recela, con razón.