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Según el Diccionario de la Lengua Española de la RAE (DLE), el bilingüismo es el “uso habitual de dos lenguas en una misma región o por una misma persona”. La diglosia, en cambio, es un “bilingüismo, en especial cuando una de las lenguas goza de prestigio o privilegios sociales o políticos superiores”. Estos dos conceptos son muy interesantes cuando se trata de contextos como el de nuestro país, en el que conviven varias lenguas, como lo demuestra el artículo 2 del primer capítulo de nuestra Constitución: “El castellano es el idioma oficial del Ecuador; el castellano, el kichwa y el shuar son idiomas oficiales de relación intercultural.
Los demás idiomas ancestrales son de uso oficial para los pueblos indígenas en las zonas donde habitan y en los términos que fija la ley. El Estado respetará y estimulará su conservación y uso”.
No obstante, ya desde nuestra Carta Magna, podemos ver que la situación lingüística de nuestro país no es bilingüe ni plurilingüe, propiamente dicha, sino diglósica, pues, aunque el kichwa y el shuar son idiomas oficiales de relación intercultural, al igual que el castellano, este último es el idioma oficial a secas. Sí, puede ser utópico que el nuestro sea un país completamente bilingüe o plurilingüe, en el que fuera obligatorio que todos los ecuatorianos domináramos, aparte del castellano, alguno de los otros idiomas oficiales de relación intercultural, y conociéramos alguna de las otras lenguas ancestrales que conviven en varias regiones de nuestro país. Utópico pero maravilloso, porque eso significaría que Ecuador es, de verdad, un país intercultural.
Me parece que es muy complicado entender la interculturalidad si no nos acercamos al elemento principal de comunicación del otro, que es la lengua (aunque hablar de ‘el otro’ sea ya una manera de alejamiento). Si no conocemos alguna de las lenguas oficiales de relación intercultural aparte del castellano, es complicado que podamos comprender muchas otras manifestaciones culturales de los pueblos indígenas, como las relaciones interpersonales, la cosmovisión, la comida, el folclor, el vivir diario... Si no entendemos y no nos esforzamos por conocer las dinámicas lingüísticas, no podremos acercarnos, por más buenas intenciones que tengamos, a la ‘vida real’ de los pueblos y establecer un diálogo verdaderamente intercultural.
Se habla también de una educación intercultural bilingüe, que pretende, en el papel, que la educación que reciben los pueblos indígenas respete su cosmovisión y sus propios procesos de aprendizaje. Sin embargo, estos procesos y esta cosmovisión muchas veces aún son vistas desde la diglosia, desde el prestigio que tiene una lengua (o una cultura o una manera de ver el mundo) sobre otra. Además, no deberían ser ‘ellos’ los obligados a acomodarse. La interculturalidad y el bilingüismo solo serán posibles si dejamos de mirar sobre el hombro a aquellas culturas que son parte nuestra, que nos configuran, que nos hacen ser los ecuatorianos que somos. Ahí está la riqueza, no en el sometimiento ni en la ignorancia del otro (que también somos nosotros).