• Asignatura: Castellano
  • Autor: florsuazo762
  • hace 3 años

quién cuenta la historia en año nuevo en gander​

Respuestas

Respuesta dada por: JoanOnline
3

Respuesta:

Helga Schmidt González nunca pensó que alguna vez le tocaría pasar el Año Nuevo en un

aeropuerto, y menos en el de Gander, que no sabía si estaba en Escocia, Irlanda o Canadá.

—La tercera es la respuesta correcta —dijo Juanito Gándara, que estaba emocionado,

porque era la primera vez que ella volvía a Chile después de.

Juanito le trabajaba a los viajes en una agencia de Bremen. Inventó para ella la ruta de

regreso más disparatada, pero también la más económica, con largas esperas y cambios de

aviones en Gander, Miami y Lima, todo durante la noche del Año Nuevo de 1986. —Son

283 dólares menos —dijo Juanito—, en Santiago te van a hacer falta. Argumento

definitivo.

Pero cuando Helga desembarcó en Gander en su vuelo desde Frankfurt a las 21.30 (locales)

y vio la sala de tránsito vacía y tomó conciencia plena de que allí tendría que esperar más

de ocho horas y pasar el año nuevo en total soledad, le hizo falta todo su sentido práctico

germano de Osorno para no deprimirse. Pensar sobre todo que volvía a Chile. ¡A Chile, por

fin! Después de ocho años. Había unas butacas cómodas. No sería mala idea dormir tres o

cuatro horas. En la pared blanca, a unos quince metros de distancia, parpadeaba una

lucecita verde hipnótica. Se sentó, estiró las piernas. Cambió de luga r para no mirar la

lucecita y sacó el espejito de la cartera para retocarse los labios. Se vio algo ojerosa y pensó

en repasar la sombra celeste que parecía agrandarle los ojos azules, heredados de su padre.

De pronto un altoparlante oculto hizo un ruido gutural y una voz femenina pidió en alemán

que Frau González se dirigiera a la oficina de vuelos. Algo así. La pronunciación alemana

no era buena, pensó con cierta superioridad. Se puso de pie algo incierta y caminó hacia la

puerta de cristales por donde había entrado. Cuando ya llegaba a ella, apareció marchando

militarmente una rubia de uniforme azul marino con botones plateados y con una falda muy

corta. Le mostró los dientes y le indicó con un gesto que la siguiera. Caminaron largos

pasillos seguidas por el eco del taconeo marcial de la rubia. Llegaron a una oficina

alfombrada donde el aire estaba muy caliente y con olor a pinos. A un costado echaba calor

una chimenea falsa con brasas y leños falsos. Un hombre joven, flaco, de anteojos sin

marco, la recibió poniéndose de pie detrás de un escritorio plateado y le ofreció asiento.

Luego fue al grano sin demora: —Frau* González, nuestra línea aérea quiere proponerle un

cambio. ¿Usted habla alemán, verdad? —Ja, naturlich. El hombre hablaba un curioso alemán dialectal, como de Friburgo, haciendo gallitos. —Es un cambio ventajoso para

usted. Y es que se embarque en nuestro próximo vuelo a Ciudad de México, dentro de... —

miró su reloj pulsera de piloto, con varias esferas—una hora y 45 minutos. Se ahorrará una

larga espera, sin costo alguno. ¿Comprende? Tendrá conexión inmediata a Miami, donde

podrá tomar un vuelo directo a Santiago, sin escalas. Podrá estar más pronto con su familia

y evitará tantas horas sola en la Noche Vieja. ¿Qué le parece? Ella apretó los labios. Dónde

estará la trampa. Los compañeros le advirtieron. Dijo: —No. En Santiago me esperan en el

vuelo que tengo reservado. Gracias, pero no. No. El flaco se mostró contrariado, pero trató

de sonreír: —Piénselo bien. Es por su propia conveniencia... Ella sintió que su desconfianza

crecía. Recordó los días pasados en Cuatro Álamos*, la venda, la mordaza. —Nein. La

misma rubia la escoltó de vuelta al salón de tránsito. Sin mirarla. Una media hora después,

la escena se repitió. La llevaron a otra oficina, más grande, más caliente. Parece que afuera

había nieve y mucho frío. Ahora el tipo era gordo, de pelo rojizo y cogote colorado.

Hablaba inglés y olía a whisky y a tabaco de pipa. Parecía capitán de barco, pero de civil.

Al tratar de convencerla de las ventajas del cambio de vuelo usaba un tono paternal. Helga

mantuvo su negativa como una roca. De vuelta en tránsito se maquilló cuidadosamente por

cuarta vez desde su partida. Era una operación que le daba seguridad en sí misma. Bostezó

y se acomodó casi horizontal, con las piernas en la butaca vecina.

Espero te ayude :D

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