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Durante miles de años la Fiebre Amarilla mató a millones de personas en África, Centroamérica -Caribe y Sudamérica; tanto mataba que incluso afectó a la Historia con mayúsculas en momentos clave, como cuando dificultó el imperialismo europeo (los administradores y colonos morían por centenares) o cuando casi aniquiló a la expedición francesa mandada por el General Leclerc a Haití, desbaratando los planes de Napoleon de disputar el Caribe a Inglaterra y España. Hoy esta enfermedad es un riesgo ocupacional para las personas que trabajan en zonas selváticas en las áreas endémicas (partes de Africa y Sudamérica), pero está controlada pese a ser incurable una vez contraída gracias a la existencia de una eficaz vacuna. Pero la Fiebre Amarilla nos recuerda un tiempo en el que los humanos moríamos por millares de todo tipo de infecciones; de hecho estábamos en guerra con las enfermedades, guerra en la que los médicos y los investigadores combatían con sus análisis e investigaciones en primera línea de fuego. Y en muchas ocasiones, morían; porque en las guerras los soldados caen. El descubrimiento del agente causal de la Fiebre Amarilla y el desarrollo de una vacuna eficaz costó la vida a decenas de médicos y científicos empeñados en la batalla contra esta enfermedad.