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a bordo del Chimborazo, el primero de setiembre de 1823, Simón Bolívar llegó al Perú con una sola idea: enmendar los rumbos de un país en crisis. Días más tarde, Torre Tagle y la parte del Congreso que lo apoyaba declaran a Bolívar suprema autoridad militar en todo el territorio de la República. Asimismo, el Congreso depositaba en él toda autoridad política relacionada con los usos de la guerra, estableciendo como límite de los poderes concedidos al libertador nada menos que la salvación del país.
Más allá de los poderes conferidos, la figura y personalidad de Bolívar provocan diversas reacciones, lo que alimentó la discordia y dificultó la necesaria convivencia. Enterado del gran poder que había acumulado Bolívar apenas llegó a Lima, Riva-Aguero alimentó una oposición más bien vehemente a las reacciones tomadas por el libertador. Para él la solución al conflicto con los españoles era eminentemente política, y debía surgir como fruto del diálogo y el acuerdo conjunto. Esto llevó a Riva- Aguero a establecer contacto con los españoles, lo que facilitó su caída, a la que contribuyó su falta de perspectiva política al enfrentarse a un Bolívar poderoso.
Una vez salvado el escollo de Riva-Aguero, Bolívar adquirió mayor autoridad, incluso diversos dispositivos legales acudieron a su amparo. Hacia 1824, llevado por una creciente desconfianza, Torre Tagle reinició las conversaciones con los españoles, las mismas que hacía poco menos de un año había censurado en Riva-Aguero.