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En la actual fase de los medios y modos de producción del sistema capitalista, se ha generado un estado de interdependencia a nivel mundial que legitima y fomenta cada vez más la necesidad de pensarse en un mundo “globalizado”. Este concepto de globalización ideológicamente polisémico e inicialmente utilizado por los economistas, gana cada vez más uso en los medios de comunicación masivos y en la academia[1]. Por ser un concepto sin una acepción única y reivindicado de formas distintas, no es fácil debatirlo, por no estar bien claro qué tipo y aspecto de la globalización se pretende problematizar en cada situación. En nuestro caso, tomaremos la globalización a partir de su matiz más claro, y quizás fundacional, siendo la forma hegemónica de difusión y defensa de la idea de un mundo sin fronteras: la globalización de la economía mundial.
Esta globalización económica -que conlleva a una inherente globalización cultural- tiende a reconfigurar costumbres locales en el proceso de adecuación de las formas de vida establecidas por la aldea global en el ámbito local. Cambiando así modos de producción, usos y costumbres frente a la modernización productiva y en los patrones de consumo establecidos a nivel mundial.
Sin embargo, este fenómeno no ocurre de forma espontánea, sino que es impulsado y direccionado por las naciones centrales del capitalismo; administrado por los organismos supranacionales y efectuado por las empresas transnacionales y grupos de inversionistas. Por ende, no es un proceso de vía única, sino que genera de forma simultánea movimientos de resistencia y cuestionamiento de sus postulados, además de no ser un proceso internamente lineal.
En efecto, la emergencia de conflictos sociales desencadenados por la globalización de la economía mundial tiene una realidad novedosa en el ámbito de la acción colectiva rural, pues los actores sociales organizados en contra de los principios dictados por la economía de mercado (neoliberalismo) se establecen en una escala que supera sus fronteras nacionales. Por lo tanto, estos movimientos, de cierta manera también se “globalizan” en la labor de cuestionar la globalización hegemónica.
El caso que analizaremos en el presente trabajo es el ejemplo de La Vía Campesina Internacional (LVC)[2], organización mundial que pretende nuclear pequeños productores rurales en la búsqueda de autonomía frente al accionar de instituciones como la OMC (Organización Mundial del Comercio), que intentan dictar los moldes de la producción mundial de alimentos. Esta última es considerada por los miembros de LVC la “principal enemiga de los campesinos”, que exigen “soberanía alimentaria” y defienden la retirada de la agricultura de las rondas de debate de la OMC, propugnando que los “alimentos no son mercadería” (La Vía Campesina, 2002).
Lo que analizaremos en el presente trabajo es cómo la globalización afecta las formas de vida campesina, y cómo esos campesinos procuran resistir a este proceso organizándose en escala mundial y de esa forma también globalizando su lucha. Para ello, analizaremos cómo se da el nacimiento de LVC y sus cuestionamientos al proceso de globalización capitalista, impulsado por la ascensión del modelo neoliberal.
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