• Asignatura: Historia
  • Autor: puccavelez
  • hace 3 años

En un reportaje realizado en mayo de 2012 por Hilda Cabrera para el diario Página/12, Roberto Tito Cossa afirma:
“[...] el cambio interior cuesta, en la ficción y en la vida. Y en esto me estoy refiriendo al hombre común, no al excepcional. En general, estamos ocupados en nuestras pequeñas pasiones; queremos llevar una vida tranquila, vivir mucho y ser felices. Los que pueden, claro, no los que han sido marginados. [...]
El teatro se acerca a la realidad y, en eso, algunos autores somos más sensibles que otros. En mis obras aparece la realidad tal como la percibo en relación con el autoritarismo, el peronismo y otros temas, pero no como definiciones. A veces uno se mete más con los hechos, porque no quiere quedar afuera ni tampoco aislarse del público, que nos responde de inmediato. El público nos coteja siempre y lo podemos comprobar por el interés o el desinterés de los espectadores”.
• Analice si estos conceptos se verifican en la obra y justifique sus afirmaciones con citas de la obra.

Respuestas

Respuesta dada por: marcoantonio789
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Respuesta:

 Por Hilda Cabrera

Si bien el teatro es sinónimo de fugacidad, las obras no mueren necesariamente al finalizar una función o una temporada. En ocasiones se reponen, pero eso no surge necesariamente de una decisión del autor. Como dice el dramaturgo Roberto “Tito” Cossa, esos regresos dependen de los actores, del equipo que se entusiasma y trabaja para llevar una obra a escena: “‘Quiero que un director se apasione tanto como yo me apasioné cuando la escribí’, decía Carlos Somigliana, y es así”, sostiene Cossa, a raíz de la periódica puesta de aquellos trabajos suyos a los que el paso del tiempo no traiciona. Eso está sucediendo con El viejo criado, de 1980, que dirige Hugo Alvarez en el Teatro La Mueca (Córdoba 5300); Yepeto (segunda versión, por un cambio del original de 1987), que después de recorrer ciudades de provincias se presenta nuevamente en el Teatro Nacional Cervantes, conducida por Jorge Graciosi; y La nona, de 1977, que acaba de subir al escenario de La Comedia, de La Plata (allí, el dramaturgo fue homenajeado días atrás por su “trayectoria y militancia”), dirigida por Norberto Barruti. Es probable que este apego se deba a que sus obras son metáfora de aquello que se dice o está por decirse. En diálogo con Página/12, Cossa agradece la práctica escénica que hace de un texto un hecho vivo, “sobre todo –apunta–, porque hoy no se lee teatro como si fuera literatura, a excepción de las obras clásicas, como las de William Shakespeare y otros grandes autores”. Reconoce, además, que “el milagro de la palabra sugerida es posible si contamos con la complicidad del actor”. Una singularidad que con ánimo de debate desarrolla en su libro Escribo para estrenar (con investigación y diálogos de Guillermo Gasió).

–Sus obras muestran a seres insatisfechos, frágiles ante la presión social y sin perspectiva de modificar su situación. ¿Esa incapacidad de sus personajes es también un síntoma de esta sociedad y de esta época?

–Hemos cambiado como país, pero no tanto en la vida íntima y familiar. El viejo criado toma mitos que todavía mantenemos. Sé que en esto guardo una contradicción, porque por un lado tengo una mirada política optimista y por otro, una mirada artística pesimista. Entonces, cuando escribo, aparece ese clima depresivo. No es una característica mía apelar al final feliz.

–¿Por la dificultad de sus personajes de no ejercer una defensa interior?

–No me gustaría decir algo de lo que no estoy totalmente convencido, pero el cambio interior cuesta, en la ficción y en la vida. Y en esto me estoy refiriendo al hombre común, no al excepcional. En general, estamos ocupados en nuestras pequeñas pasiones; queremos llevar una vida tranquila, vivir mucho y ser felices. Los que pueden, claro, no los que han sido marginados.

–En el homenaje realizado en La Comedia se lo calificó de militante. ¿Qué entiende por militancia?

–Decir que soy militante es una exageración, porque pareciera que yo formara parte de un partido o desarrollara una actividad política permanente. Y no es así. He ocupado espacios que sentí que debía ocupar, pensando dar algo a nuestra sociedad y a nuestro país, que fue generoso conmigo. Me refiero a ser parte de Teatro Abierto desde el inicio, en 1981; a crear, también con otros, como Alejandra Boero, el Movimiento de Apoyo al Teatro (MATe), y recuperar el Teatro del Pueblo, que conducimos con otros compañeros de la Fundación Carlos Somigliana (creada en 1990). La defensa de estos espacios y los hechos que allí se produjeron me hacen sentir vivo. Desde este punto de vista, soy militante. Mi presidencia en Argentores, donde todavía hay mucho que mejorar, también lo es, aunque rentada, por cierto. Esa es una gran diferencia.

Explicación:

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