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Desde que la capital del Imperio de Oriente fue trasladada a Constantinopla y lo que quedaba del Imperio de Occidente fue llevado a Rávena, Roma perdió su poder quedando como única autoridad la del Papa que consolidó su poder con la ayuda de los lombardos y de Carlomagno.
Hasta el año 751, cuando fue invadida por los lombardos, Roma formaba parte del Imperio Bizantino. En el 756, Pipino el Breve otorgó al Papa el poder sobre regiones próximas a Roma, surgiendo los Estados Pontificios.
El desarrollo del antiguo cristianismo hizo que el Obispo de Roma adquiriese gran relevancia tanto religiosa como política y que llegase a establecer a Roma como centro del cristianismo. Hasta que se anexionó al Reino de Italia en 1870, Roma fue la capital de los Estados Pontificios.
Hasta el siglo XIX el poder papal mantuvo siempre una constante lucha con el Imperio Sacro Germánico y otros poderes en Europa. A pesar de ello Roma se enriqueció y llegó a tener un gran peso internacional.
Para lograr este crecimiento se dieron una serie de hechos que contribuyeron a ello: la ciudad fue el mayor centro de peregrinación durante la edad media, la institución del Jubileo, en 1300, los concilios, el mecenazgo papal convirtiéndose en foco del renacimiento sustituyendo a Florencia y su influencia cultural