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Adiós a Ruibarbo es un cuento chileno escrito por Guillermo Blanco:
Todos los días al amanecer el chico a quien los obreros llamaban Potrillo, llegaba a sentarse frente a la puerta de la panadería a observar ensimismado e intensamente con sus negros y hondos ojos el lugar por donde aparecerían los carros con los caballos, que él contemplaba.
Cuando podía los tocaba al pasar, dándoles unas leves palmaditas y pronunciaba sus nombres: Pintado, Canela, Penacho y Ruibarbo. Luego se iba caminando a la escuela, y después descendía al río, donde solía soñar que él era un poderoso millonario, propietario de un castillo con lagos y una isla donde mandaba a los caballos y no podían ser maltratados por nadie bajo la pena de muerte a quien lo hiciere. En un lugar espectacular de la isla vivían felizmente Ruibarbo, Pintado, Canela y Penacho y Ruibarbo y Penacho habían recuperado la visión y él se quedaba con ellos a dormir durante las noches. De allí del río iba a almorzar, y al final de la tarde nuevamente a la panadería, donde entraba a los establos a hablarles a los caballos, los cuales reposaban, sueltos en las pesebreras, éstos abrían sus enormes ojos para mirarlo, dando la impresión de que entendían todo lo que el chico les decía.
Sus preferidos los 2 caballos viejos Penacho y Ruibarbo, levantaban pesadamente sus párpados bajo los cuales aparentaban dormir unos ojos carentes de visión, sin embargo, Potrillo acariciaba sus pelajes llenos de sudor. Le agradaba el rastro que después iba dejándole aquel sudor en la piel. Los miraba fijamente lleno de dolor por el maltrato a que eran sometidos diariamente en ese ir y venir calle abajo y calle arriba, sin alimento y sin agua, todo ello le producía un desasosiego advertir la mueca amarga de sus belfos.
Lo hombres de la panadería como ya le conocían lo invitaban a entrar, lo cual hacía y llegaba hasta donde sus amigos los caballos y le ofrecían montarlo sobre alguno de los caballos para dar un paseo, a lo cual se negaba por consideración al estado de cansancio en que se encontraban. Él solo quería ser amigo y compañero de ellos.