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El jaguar, totalmente ajeno a lo que le esperaba, se acostó sobre la hierba y se durmió. En cuanto escucharon los resoplidos, los tres primates cogieron varios aguacates blandengues, que por cierto ya olían bastante mal, y se los lanzaron sin contemplaciones. El atacado se despertó al momento y horrorizado comprobó cómo un montón de pulpa negra y viscosa llenaba de manchas su finísimo y precioso pelaje.
El jaguar corrió a lavarse al rio, mas por mucho que se puso a remojo, las manchas no se disolvieron. Cuando salió del agua empezó a llorar de pura tristeza y no tuvo más remedio que aceptar el castigo impuesto por el dios.
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