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Con la eficaz ayuda de la alta jerarquía eclesiástica —en manos de sus amigos y familiares— y de los duques de Franconia, Suabia, Lorena y Baviera, Otón derrotó a los señores alemanes en varias batallas y los reemplazó con sus familiares
Para acudir tan rápidamente en socorro de Adelaida, Otón aprovechó el ejército de su hijo mayor Liudolfo, que acababa de invadir Lombardía aprovechando la inestabilidad en la zona. Al apropiarse de este ejército y casarse después con Adelaida, Otón frustraba todas las ambiciones de su hijo en Italia. Liudolfo se sintió muy molesto por este motivo, y poco después, en el 953, se rebeló contra su padre contando con el apoyo de su cuñado Conrado el Rojo. Pero Otón aplastó la rebelión de su hijo un año más tarde con la ayuda de Enrique I, duque de Baviera.
Con esta victoria puso fin a la amenaza magiar, lo que le dio una gran reputación y le valió el título de 'el Grande'.4 Ese mismo año dirigió sus armas contra los eslavos del Elba, a los cuales venció en la batalla de Recknitz, acción que impulsó la expansión germánica hacia el este.
Alianza con la Iglesia y coronado emperador de los romanos
En 961, vinculó a su hijo Otón II al poder, según el procedimiento iniciado por su padre Enrique, para garantizar una sucesión poco conflictiva. Poco después atendió la petición de ayuda del papa Juan XII y marchó a Italia para defender los derechos del pontífice frente a las intromisiones de Berengario.4
Luego marchó a Roma, donde fue coronado emperador el 2 de febrero de 962,2 acción que vuelve a resucitar al Imperio romano de Occidente (la primera fue con Carlomagno), por ese entonces el mayor estado territorial de Europa. Adoptó el nombre de "Sacro" (Sacro Imperio Romano) para subrayar su estrecha relación con la Iglesia.22
Pero la alianza con el papa duró poco, ya que este pronto cambió sus ideas políticas.5 Otón marchó entonces sobre Roma y lo depuso, pero los romanos no cedieron ni aceptaron al nuevo papa, León VIII, impuesto por Otón.5 A la muerte de Juan XII eligieron a Benedicto V. Tras una nueva campaña en 966, Otón I consiguió por fin afianzarse y que su hijo fuese nombrado emperador.
El pontificado y el imperio
A raíz de la restauración del Imperio, Otón I afirmó el derecho de los emperadores a intervernir en la elección de los pontífices, pero tal facultad desapareció desde que el papa Nicolás II estableció en 1059 que la elección pontificia sería privativa del Cónclave o colegio de cardenales. El antagonismo entre papas y emperadores subsistió avivado por la pretensión imperial, resistida por el pontificado, de sojuzgar a Italia.
Las relaciones entre los emperadores y los pontífices, jefes absolutos de la Iglesia de Occidente, abundaron en conflictos que debilitaron el poder imperial y papal.
La dinastía de Sajonia solo duró dos generaciones después de Otón I. En 1024, la familia ducal de Franconia alcanzó el trono. Durante un siglo la elección imperial recayó en esta familia, a la que pertenecieron Enrique IV, el emperador humillado en Canossa, y Enrique V, quien celebró con la Iglesia el concordato de Worms.6
Renacimiento otoniano
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Bajo el patronazgo de Otón I y sus inmediatos sucesores se produjo el llamado «Renacimiento otoniano», un limitado renacimiento de las artes y la arquitectura. El renacimiento otoniano se manifiesta en algunas escuelas catedralicias revividas, como la de Bruno I, arzobispo de Colonia, y en la producción de manuscritos iluminados, la principal forma artística de la época, de un puñado de scriptoria de élite, como Quedlinburg, fundado por Otón en 936.
Las abadías imperiales y la corte imperial se convirtieron en centros de la vida religiosa y espiritual, guiados por el ejemplo de mujeres de la familia real. Otón quedó escandalizado por el estado de la liturgia en Roma, así que encargó el primer Libro Pontifical, un libro litúrgico que contenía tanto oraciones como instrucciones sobre el rito. La compilación del Pontifical romano-germánico, como se le llama actualmente, fue supervisada por el arzobispo Guillermo de Maguncia.
Respuesta:
La Universidad y, de modo más amplio, la cultura universitaria constituyen una realidad de importancia decisiva. En su ámbito se juegan cuestiones vitales, profundas transformaciones culturales, de consecuencias desconcertantes, suscitan nuevos desafíos. La Iglesia no puede dejar de considerarlos en su misión de anunciar el Evangelio.1
Explicación: