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Entre el 16 y el 27 de julio de 1816, el gobernador intendente de Cuyo, general José de San Martín, desarrolló ante el Director Supremo de las Provincias Unidas, general Juan Martín de Pueyrredón, el plan que había elaborado para la liberación continental.
Lo expuso en Córdoba, durante la larga reunión privada que mantuvieron. San Martín esgrimía un argumento sólido. Las tres expediciones al Alto Perú habían terminado en tantos desastres, que no tenía sentido acometer una cuarta. Opinaba que la estrategia adecuada era cruzar los Andes con un fuerte ejército, terminar con los realistas en Chile y dirigirse por mar al Perú, para atacar al poder realista en América en su centro mismo.
Pueyrredón escuchó convencido y prometió el máximo apoyo, cosa que cumpliría a pesar de todas las dificultades. Vuelto a Buenos Aires, el 1 de agosto decretó la formación del Ejército de los Andes, en Mendoza, con San Martín como general en jefe, y comenzó a atender con urgencia todos los pedidos que le llegaban para la gigantesca empresa planeada.
Treta de espionaje
A su vez, San Martín –sin descuidar sus tareas de gobernante- desplegaba la máxima energía para los aprestos: se fabricaban armas y pólvora, se confeccionaban uniformes, se acopiaban cabalgaduras y víveres, se adiestraba a los soldados, entre mil ocupaciones más. Desarrollaba, al mismo tiempo, una activa tarea de espionaje –la “guerra de zapa”- sobre el enemigo.
Cuando iba terminando 1816, ideó una singular maniobra en este orden. Envió a uno de sus oficiales, el mayor tucumano José Antonio Álvarez de Condarco, para que cruzara la cordillera y entregara al virrey de Chile, Francisco Casimiro Marcó del Pont, nada menos que una copia del acta de la Independencia Argentina. El verdadero fin del viaje era que su enviado, dotado de una prodigiosa memoria, retuviera las características de los pasos de la Cordillera que debía trasponer.
Lo expuso en Córdoba, durante la larga reunión privada que mantuvieron. San Martín esgrimía un argumento sólido. Las tres expediciones al Alto Perú habían terminado en tantos desastres, que no tenía sentido acometer una cuarta. Opinaba que la estrategia adecuada era cruzar los Andes con un fuerte ejército, terminar con los realistas en Chile y dirigirse por mar al Perú, para atacar al poder realista en América en su centro mismo.
Pueyrredón escuchó convencido y prometió el máximo apoyo, cosa que cumpliría a pesar de todas las dificultades. Vuelto a Buenos Aires, el 1 de agosto decretó la formación del Ejército de los Andes, en Mendoza, con San Martín como general en jefe, y comenzó a atender con urgencia todos los pedidos que le llegaban para la gigantesca empresa planeada.
Treta de espionaje
A su vez, San Martín –sin descuidar sus tareas de gobernante- desplegaba la máxima energía para los aprestos: se fabricaban armas y pólvora, se confeccionaban uniformes, se acopiaban cabalgaduras y víveres, se adiestraba a los soldados, entre mil ocupaciones más. Desarrollaba, al mismo tiempo, una activa tarea de espionaje –la “guerra de zapa”- sobre el enemigo.
Cuando iba terminando 1816, ideó una singular maniobra en este orden. Envió a uno de sus oficiales, el mayor tucumano José Antonio Álvarez de Condarco, para que cruzara la cordillera y entregara al virrey de Chile, Francisco Casimiro Marcó del Pont, nada menos que una copia del acta de la Independencia Argentina. El verdadero fin del viaje era que su enviado, dotado de una prodigiosa memoria, retuviera las características de los pasos de la Cordillera que debía trasponer.
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