Se dice que hay una estrecha relación entre el origen de las ciudades y los rios ¿Por qué crees que se dá esta condición?
Respuestas
Al observar nuestras inmensas ciudades expandirse cada día y casi cada hora, engullir año tras año nuevas colonias de inmigrantes y extender sus tentáculos, como pulpos gigantes, sobre el espacio que las rodea; se siente una especie de estremecimiento, como si se presenciaran los síntomas de alguna extraña enfermedad social. Se podría utilizar una parábola bíblica en contra de estas prodigiosas aglomeraciones humanas, como aquella en la que Isaías profetizaba sobre Tiro, «llena de sabiduría y perfecta en belleza», o sobre Babilonia, «la hija de la mañana». Sin embargo, es fácil demostrar que este crecimiento monstruoso de la ciudad —resultado complejo de una multiplicidad de causas— no es pura patología. Si por un lado constituye en algunos de sus episodios un hecho extraordinario para el moralista; es por otro lado, en su desarrollo normal, un indicador de evolución sana y regular. Donde las ciudades crecen, la humanidad progresa; allí donde se deterioran, la propia civilización está en peligro. Es importante por lo tanto diferenciar claramente las causas que han determinado el origen y el crecimiento de las ciudades de las que han ocasionado su deterioro y desaparición; así como de aquellas que ahora las están trasformando poco a poco para ‘casarlas’, por así decirlo, con su entorno.
Incluso en el principio de los tiempos, cuando las tribus primitivas todavía vagaban por bosques y sabanas, la sociedad en ciernes se esforzaba por producir el germen de las futuras ciudades; se adivinaban ya en el tronco del árbol los brotes que estarían destinados a convertirse en ramas poderosas. No es en las sociedades civilizadas, sino en pleno apogeo del barbarismo primitivo donde tenemos que buscar la fuerza creativa que posibilitó la aparición de los centros de vida humana, aquellos que serían los precursores de la ciudad y la metrópoli.