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Espero que te ayude:Una cama terriblemente extraña (W. W. Collins)
El autor de este relato, William Wilkie Collins cuenta una peligrosa aventura en la que se ve envuelto un estudiante inglés en Paris al cual están a punto de asesinar en una misteriosa casa de juego.
La historia comienza en un barrio de París, donde dos amigos ingleses, buscando nuevas emociones deciden acudir a un garito de juego, uno de ellos decide sentarse a jugar al “rojo y negro” comenzando inmediatamente a ganar todas las apuestas que realizaba, a pesar de los consejos de su amigo el jugador continuó apostando y apostando hasta hacer saltar la banca. Tras esto, se le acerca un sospechoso hombre que dice ser militar le invita unas copas hasta que consigue emborracharle y luego convencerle para que se quede a dormir en el propio local. Durante la larga noche el protagonista, que no conseguía conciliar el sueño, busca sin tener éxito métodos para distraer su mente, hasta que sucede algo inesperado, el techo de la cama comienza a descender súbitamente sobre él, y justo en el último instante consigue escapar de esta cama asesina. El joven protagonista decide escapar por la ventana sigilosamente y descender por unas tuberías para dirigirse a continuación a la subprefectura de la policía donde consigue, mediante un francés deficiente, que los agentes lo acompañen a la casa de juego y comprobar que lo que decía era cierto. Por último, entra en el local con los agentes y el subprefecto y tras una inspección comprobó que existía un mecanismo en la habitación de arriba que hacía que el techo de la cama descendiera, con lo que se consiguió desenmascarar a los culpables de numerosos asesinatos, el soldado y sus secuaces, que fueron condenados a galeras.
Siempre íbamos a jugar a esa casa. Nos gustaba la sensación de estar en terreno de nadie. No, no era una casa en realidad, tan sólo el reflejo de lo que en otro tiempo había sido: unas pocas paredes que luchaban contra el tiempo y que se resistían al olvido. Un edificio cuyo techo ya había colapsado hacía años y que carecía de ventanas y puertas.
A nosotros nos gustaba sentarnos en lo que decíamos que era el salón y jugar a que estábamos en otra época. Huemul se sentaba sobre una piedra, que era un inmenso sillón junto a una lámpara y comenzaba a leer toda clase de historias. Las leía en voz alta y yo lo escuchaba con suma atención porque era muy pequeña para leer. ¡Me gustaban tanto su voz y sus historias!
Una tarde cuando llegamos a nuestro refugio un cordón de plástico con enormes letras lo cercaban por completo, y un montón de policías rodeaban nuestras queridas paredes. Un agente se hallaba sentado en el sillón pero en vez de leer, observaba el suelo y anotaba algo en una libretita mientras algunos de sus compañeros pintaban círculos rojos en las paredes. Nos acercamos, ¿quién había invadido nuestra casa? Nos echaron a empujones. Éramos niños y no podíamos estar allí.
Les explicamos que ahí vivíamos, que nos pasábamos las tardes en esas paredes y que si había ocurrido algo con esa casa, debíamos saberlo.
—A lo mejor hasta podemos ayudarlos —había dicho Huemul osado.
El policía nos miró con una chispa de ironía en los ojos mientras nos preguntaba.
— ¿Conocen a un hombre que se hace llamar Gago Cafú?
De algo nos sonaba ese nombre pero no llegábamos a saber bien cuándo, dónde ni por qué lo habíamos oído.
—No lo sé, a lo mejor si me deja verlo, puedo responderle. ¿Dónde está o qué ha hecho?— Cada vez me sorprendía más la valentía con la que mi amigo era capaz de enfrentarse a esa situación.
No nos lo dijeron. Debíamos irnos y no regresar por ahí. Finalmente nos fuimos porque amenazaron con dispararnos y muerta de miedo conseguí que Huemul recapacitara y se diera cuenta de que estaba jugando con fuego.
Estuvimos varios días, quizás meses, sin regresar a la casa. Una tarde decidimos que ya había pasado el suficiente tiempo y que podíamos volver a nuestro refugio. Así lo hicimos. No había policías, ni cordones, ni rastros de la pintura en las paredes. Solamente encontramos a un hombre sentado que se presentó como Gago Cafú y nos pidió que compartiéramos con él ese lugar porque no tenía adónde ir.
Desde entonces, cada vez que vamos a la casa nos encontramos con él y Huemul lee cuentos para los dos: Cafú tampoco sabe leer.