Respuestas
1. RUPTURA DE LA CONCIENCIA ORDINARIA. La conciencia o conocimiento ordinario (aunque sea del objeto de la fe) es una conciencia empírica que a) se mueve en el mundo de los fenómenos; b) funciona dentro del esquema sujeto-objeto; c) equivale a la conciencia del «yo» empírico como centro de gravedad y sujeto del conocimiento y de la acción.
La experiencia mística lleva consigo la ruptura (y no sólo la profundización) de esa conciencia: la experiencia mística sucede en medio de una situación deéxtasis de la razón en el que la mente transciende su estado habitual y, por lo mismo, supera la dualidad sujeto-objeto; la razón, sin negarse a sí misma y, por tanto, sin abandonar al hombre a una pura emocionalidad irracional, transciende la condición normal de la racionalidad finita, se une a su fondo infinito y es embargada, subyugada, invadida y conmocionada por el misterio de la Realidad.
2. EXPERIENCIA DEL NÚCLEO. La ruptura de la conciencia ordinaria y el consiguiente éxtasis de la razón lleva consigo la aparición de una nueva conciencia: la intuitiva, en la que el hombre no sólo experimenta el núcleo o el alma de la Realidad, sino que se experimenta uno con él. Y desde esta experiencia del núcleo le es posible hacer de su vida y de su mundo un Todo lleno de sentido.
3. PRESENCIA DE ALGO ABSOLUTAMENTE NUEVO. Esa ruptura de conciencia-experiencia del núcleo equivale bajo el aspecto objetivo a «la experiencia, de forma avasalladora, irresistible e incontestable, de la presencia de Algo o Alguien que le sobrepasa y desborda y que es más real que todo lo que se considera normalmente como realidad. El mundo en que vivimos y que nos parece tan real y sólido, se convierte para el místico en un bastidor transparente, porque en él se anuncia otra realidad definitiva».
No es propiamente la presencia de una realidad u objeto añadido a las realidades u objetos ya conocidos, sino lo que podríamos llamar la dimensión profunda de esas mismas realidades u objetps. Por llamarlo de alguna manera podríamos llamarla el «misterio», el «milagro» o el «éxtasis» de la realidad. Y es una experiencia de tal categoría cognoscitiva y cualitativa que resulta inexpresable, inefable; el místico choca con el lenguaje.
4. PRESENCIA INMEDIATA. La presencia de esa realidad, o más bien, de esa dimensión profunda de la realidad es inmediata: sin medio, sin imagen, sin representaciones, sin conceptos. La pared normalmente inevitable de intermediarios entre el hombre y la realidad (Ideas, afectos, razonamientos, etc.) se derrumba, y el místico percibe esa presencia con una certeza que sólo tiene paralelo en la percepción sensible; el místico llega a un contacto directo con lo invisible, y el Otro o lo Otro es para él una realidad incuestionable.
5. PRESENCIA GRATUITA. En todas místicas se niega la relación de causa-efecto entre la preparación del hombre y la experiencia mística. En todas se afirma el carácter de regalo que ésta tiene. Puede suceder imprevistamente o en la más grande sequedad y angustia (caso frecuente); normalmente es el final de un largo y paciente camino, la corona de un continuo afán y, si cabe, una recompensa o premio de un ejercicio continuado, pero nunca el precio o el fruto del mismo.
6. PRESENCIA SUBYUGANTE. Como consecuencia de lo dicho en el punto anterior, la mejor preparación para la experiencia mística es la nada fácil actitud de receptividad, que es el silencio humilde y abierto de la razón y la voluntad ordinarias en los que predomina, si no ejerce la exclusiva, el yo activo empírico. A medida que, en paciente ejercicio, la receptividad va ganando terreno, va despertándose la actividad propia del centro del ser, ante la cual el hombre sólo puede estar abierto y receptivo. Cuando éste se ha convertido en pura receptividad, todo puede suceder (pero siempre de forma gratuita, como un puro don). Lo que puede suceder es que el hombre se siente invadido por el Ser o el Todo, vive el Todo y se vive en el Todo, deja de sentirse realidad individual separada y por lo mismo egocéntrica, y es arrebatado por la fuerza del Ser que ahora se le releva como poder ilimitado, ímpetu irresistible, realidad numinosa, amorosa y santa, como lo fascinosum et tremendum, según la conocida expresión de R. Otto.