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La salida del Reino Unido de la Unión Europea muestra la amenaza real del nacionalismo radical en el complejo entorno internacional.
Ante la lenta recuperación del crecimiento económico global que ha impedido mejorar la calidad de vida de la humanidad tras la crisis financiera de 2008, así como también la intimidación creciente ejercida por grupos terroristas sobre la vida pacífica al interior de los más diversos países, el nacionalismo se ha convertido en la puerta falsa a la solución de los problemas sociales. El Brexit es el último eslabón de un conjunto de carreras políticas dedicadas a incitar el odio y la polarización entre las personas. Nigel Farage, dirigente del Partido por la Independencia de RU e integrante del Parlamento Europeo, considerado el principal promotor de la consulta popular, a lo largo del tiempo ha culpado en su discurso a la población musulmana y migrante de atentar contra la cultura inglesa al estar desinteresada en integrarse a la sociedad británica y ser fuente de terroristas. Incluso, acusó a los migrantes de aprovecharse de los servicios públicos de salud para recibir medicamento a costa del erario, al ser portadores de VIH en una amplia proporción. Al respecto se ha atrevido a proponer que los retrovirales sean sólo suministrados a ingleses, pasando por alto los altos riesgos implicados de asumir este criterio.