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En una conferencia dada por Rómulo Gallegos en Nueva York, en 1931 (aún no había escrito Canaima), el novelista adelantó una visión americana genésica que aparece notoriamente en su novela de la selva en el sur de Venezuela, con el río Orinoco como vértebra de la trama. En esa conferencia dijo Gallegos que hay tierras americanas donde todavía trabaja Dios, y otras donde ya trabajan los hombres.
Al describir el ambiente rural americano: La selva brasilera, las tinieblas andinas o la llanura venezolana, dijo que quien lo experimente se estremecerá ante la idea de tropezarse con un hombre recién nacido y adulto, no engendrado por padres sino brotado de la tierra. “A mí, por lo menos, me ha sucedido varias veces. Y es porque en estas tierras nuestras, de impresionante silencio y trágica soledad, se siente que todavía no ha terminado el día sexto del Génesis, y que aún circula por ellas el soplo creador. Y por eso las llamo las tierras de Dios.”
En la novela Canaima, la selva del Orinoco es el gran personaje y el motivo que impulsa todas las acciones de sus personajes. La lucha despiadada contra la naturaleza, el terror del caciquismo y el ansia de riquezas, dominio y poder constituyen el tema principal de esta novela.
La aventura del protagonista Marcos Vargas tiene mucho de mito, y cabe en la fórmula de los ritos iniciáticos: Separación-iniciación-retorno.
La primera fase, la separación de su casa natal a la muerte de la madre, ocurre cuando a los 21 años decide buscar en otros lugares su identidad, y abandona el medio social y a la melancólica Maigualida y a sus amigos, todo lo que representaba el mundo de sus actividades sedentarias. A esto contribuye la invitación de un personaje peculiar: Juan Solito, a quien se atribuían facultades de brujo. De este modo entra Marcos Vargas en contacto con la dimensión del misterio de lo desconocido.
El otro encuentro será definitivo. El Conde Giaffaro, italiano establecido en la selva de Guayana, atrae la atención del joven Vargas, y quizás fueron sus palabras las que el protagonista esperaba para adentrarse en la arboleda y no regresar al mundo de la ciudad.
“No le sorprenda, joven, que yo le hable así, pues hay una porción del pensamiento que llamamos propio y que sólo nos pertenece como el aire que envuelve nuestro planeta (…) siendo el mismo aire que nuestro vecino acaba de expulsar de sus pulmones, con el calor de su intimidad vital (…) Y hay que cuidarse de ella haciéndose curas periódicas (…) Y para esto, joven, no hay como la selva”
La fase de iniciación la hallamos en el capítulo llamado: La tormenta. Ya en la selva, Gallegos nos narra el episodio de ese nombre, en que se traza una elipsis perfecta: Principia con un “Lento” mientras se prepara la tempestad y Marcos Vargas penetra en la profundidad con el ánimo alterado. Sigue el “Crescendo” con el grito liberador de Vargas, y concluye con el “fortissimo” de la tempestad desatada sobre la arboleda. Marcos Vargas pertenece a este rito telúrico y se desnuda gritando: “¿Se es, o no se es?” La transfiguración.