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Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes.
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Los debates contemporáneos sobre la idea comunista en la teoría neomarxista contemporánea han replanteado la relación entre esa ideología de la izquierda de los siglos XIX y XX y la democracia, entendiendo por ésta última, la multiplicidad de formas representativas y pluralistas de gobierno que pueden identificarse en el siglo XXI, en la mayoría de los países del mundo. Pensadores neomarxistas muy heterogéneos como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Michael Hardt, Étienne Balibar, Emmanuel Terray o Slavoj Zizek, han entendido el comunismo más como una radicalización de las instituciones y leyes básicas de la democracia, que como una destrucción de ese marco legal e institucional que adopta modalidades diversas en el mundo.1
2Podría pensarse que esa manera de entender la relación entre comunismo y democracia es nueva, propia del contexto posterior a la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. Pero lo cierto es que la idea de que el comunismo, como corriente política legítima en cualquier país de la tierra, no es irreconciliable con la democracia, es vieja. Paradójicamente, en el momento de más clara institucionalización totalitaria del comunismo en la URSS, que siguió al VII Congreso de los Soviets en 1935, y que sentó las bases de la Constitución aprobada al año siguiente y redactada por Stalin, ganó fuerza esa idea.
2 Étienne Balibar, Sobre la dictadura del proletariado, Madrid, Siglo XXI, 2015, pp. 11-29.
3Luego, en los años 70, como advirtiera muy temprano Balibar en su crítica a las tesis del XXII Congreso del Partido Comunista francés de 1976, volvió a manejarse la idea de una conciliación entre comunismo y democracia.2 En ambos momentos, los 30 y los 70, Moscú defendió el argumento de que los comunistas del mundo debían contribuir a la construcción de democracias y estados de derecho en sus respectivos países, ya que no estaban dadas las condiciones para hacer la revolución y transitar aceleradamente al socialismo. De hecho, desde Stalin hasta Gorbachov, tal vez haya sido esa la línea fundamental de Moscú en Europa y América Latina.
4Cuba tampoco fue una excepción, por lo menos hasta 1961, en ese involucramiento de los partidos comunistas en la construcción de democracias nacionales. Por más de veinte años, entre mediados de los 30 y el inicio del régimen político que derivó de la Revolución Cubana, los comunistas de la isla fueron partidarios de la democracia en Cuba. El comunismo cubano pugnó durante esas tres décadas por una presencia sostenida en la esfera pública, por una participación en todos los ejercicios electorales y por una intervención decisiva en los procesos constituyentes de la isla.
3 Caridad Massón Sena, “Los comunistas y la Constituyente del 40”, Calibán. Revista Cubana de Pensami (...)
5Como ha recordado la investigadora Caridad Massón Sena, tras el Séptimo Congreso de la Internacional Comunista de 1935, un pleno del partido cubano propuso el paso de una estrategia revolucionaria de “clase contra clase” a una política “frentista”, basada en la “colaboración entre clases”, la lucha por la ampliación de derechos civiles y políticos, la autonomía universitaria, la amnistía de opositores presos y la convocatoria a una Constituyente libre y soberana.3 Todas esas demandas eran compartidas por la mayoría de las asociaciones políticas surgidas de la Revolución de 1933, por lo que el programa político de aquella izquierda gravitaba hacia un centro de alianzas y consensos.
6La necesidad de un nuevo Constituyente fue uno de los puntos más defendidos por los comunistas cubanos. La Revolución del 33, la propia transformación de la sociedad cubana, la abrogación de la Enmienda Platt de 1934 y el paso del siglo, hacían necesaria una reformulación del pacto constitucional de 1901, que ya caducaba. El texto de la primera Constitución republicana era clásicamente liberal y un nuevo constitucionalismo, tanto en Europa como en América Latina, algunos de cuyos hitos serían la Constitución Mexicana de 1917, la de la República Weimar y la de la Segunda República española, presionaba a favor de un mayor contenido social.
7Los comunistas cubanos suscribieron ese nuevo constitucionalismo no sólo por sus simpatías ideológicas con la ampliación de los derechos sociales, especialmente para la clase trabajadora, obrera o campesina, sino porque, en sintonía con el liberalismo político, pensaban que tras la Revolución del 33 y el surgimiento de ese nuevo sistema de partidos, del que formaban parte, era necesaria una reconstrucción de la democracia en la isla. Es importante desarrollar un poco más esto último porque ni en la historia oficial ni en la nueva historia crítica del comunismo cubano se le da la importancia que merece.
4 J. V. Stalin, Constitución de la URSS, México D.F., Editorial Dialéctica, 1937, pp. 89-110.
5 Gabriel L. Negretto, La política del cambio constitucional en América Latina, México D.F., FCE/ CID (...)