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El cid se arrodilló, humillándose ante su señor y llorando de alegría. Aunque el rey quería que se levantara y le besara las manos, el Cid insistió en ser perdonado estando así, a sus pies. El rey lo hizo de buena gana y el Cid se lo agradeció a Alfonso y también a Dios y a sus guerreros.
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