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Un cuento sobre ayudar a las personas, al principio no se ayudaban pero al final si lo hicieron.
Moraleja:
Hoy por ti, mañana por mi.
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Érase una vez un hipopótamo que tomaba el autobús muy, muy temprano, para acudir a su trabajo. Pero este hipopótamo, en lugar de guardar su sitio en la cola como hacían los demás, no dudaba en imponerse a todos a fuerza de empujones y manotazos hasta verse el primero de la fila. Con frecuencia este hipopótamo egoísta causaba peleas enturbiando el buen ambiente del vecindario.
No contento con situarse por la fuerza el primero, una vez se encontraba en el autobús, el hipopótamo subía a lo bruto repartiendo sin vergüenza codazos y pescozones a sus pobres compañeros de viaje hasta que conseguía hacerse también con el asiento que mejor le pareciese. El hipopótamo no reparaba en las formas a la hora de salirse con la suya.
Una vez en el asiento elegido, el hipopótamo abría un periódico amarillento y lo extendía al máximo posible con el fin de tapar la cara y agobiar a su compañero de asiento. Además, y por si esto fuera poco, le daba por toser y bostezar con la boca abierta y a un buen volumen, con el único fin de molestar y fastidiar a todo el mundo.
A la hora de salir del autobús, el hipopótamo lo hacía del mismo modo que había entrado, arrollando con sus fuertes pisotones a los viajeros del autobús que se situaban delante para salir el primero. ¡Qué alivio sentían todos cuando pisaba la calle y parecía alejarse!
Que mala consejera es la envidia, como muestra esta historia. Y es que, amiguitos, es importante recordar que para vivir en sociedad y no ser temidos ni rechazados, hemos de preocuparnos por el bienestar de los demás como si fuera el propio evitando molestar a nadie y mostrando en cada paso nuestra buena educación.
No contento con situarse por la fuerza el primero, una vez se encontraba en el autobús, el hipopótamo subía a lo bruto repartiendo sin vergüenza codazos y pescozones a sus pobres compañeros de viaje hasta que conseguía hacerse también con el asiento que mejor le pareciese. El hipopótamo no reparaba en las formas a la hora de salirse con la suya.
Una vez en el asiento elegido, el hipopótamo abría un periódico amarillento y lo extendía al máximo posible con el fin de tapar la cara y agobiar a su compañero de asiento. Además, y por si esto fuera poco, le daba por toser y bostezar con la boca abierta y a un buen volumen, con el único fin de molestar y fastidiar a todo el mundo.
A la hora de salir del autobús, el hipopótamo lo hacía del mismo modo que había entrado, arrollando con sus fuertes pisotones a los viajeros del autobús que se situaban delante para salir el primero. ¡Qué alivio sentían todos cuando pisaba la calle y parecía alejarse!
Que mala consejera es la envidia, como muestra esta historia. Y es que, amiguitos, es importante recordar que para vivir en sociedad y no ser temidos ni rechazados, hemos de preocuparnos por el bienestar de los demás como si fuera el propio evitando molestar a nadie y mostrando en cada paso nuestra buena educación.
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