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ARTIFICIO: UNA SEGUNDA NATURALEZA
Javier García Gibert
IES Juan de Garay
HACIA el año 1540, el poeta sevillano Gutierre de Cetina se lamentaba en
un soneto (“Si el celeste pintor no se extremara”) de que el retrato de
una hermosa dama había corrompido y degradado inevitablemente su
belleza natural, pues “humano genio [no] basta a retrataros / sin que quede confusa o falsa el arte”. Un siglo más tarde, el poeta zaragozano Juan de Moncayo -al
que Gracián conoció y trató1
- ponderaba en otro soneto el retrato de su amada
(“Tan viva en el pincel el arte ostenta / la imagen celestial de tu hermosura...”)
y afirmaba que ese retrato no hacía sino avivar el fuego de su amor2
. El cariz de
esta idea -que el arte pictórico puede igualar y aun superar a la naturaleza, llegó
a ser casi un tópico entre los autores barrocos, pero hubiera sido del todo impensable entre los vates del Renacimiento. El apunte que aquí comentamos es,
desde luego, más que una anécdota y tiene incidencia en un agudo cambio en la
percepción, no sólo en relación a la pintura, sino sobre todo en la dialéctica entre
las realidades y las ficciones o la naturaleza y el artificio.
Los criterios de Cetina y de Moncayo no son, pues, visiones caprichosas de
poetas sino que representan plenamente los criterios de sus épocas respectivas.
¿Qué sucedió en el lapso de esos cien años para que se produjera dicha transformación en los valores de verdad y de belleza? El balanceo inevitable de las
Conceptos. Revista de Investigación Graciana, 1 (2004), 13-33
1. Moncayo estuvo en el sitio de Lérida (1646)
en el que Gracián participó activamente como
capellán de las tropas mandadas por el Marqués
de Leganés. Allí probablemente tuvieron un
primer contacto, aunque no tan estrecho como
para que Gracián lo incluyera en la extensa
nómina de poetas aragoneses de su Agudeza
y arte de ingenio (1648). Años más tarde, sin
embargo, se fortalecería esa relación (sin duda
favorecida por amigos comunes como Uztarroz
o Lastanosa) y así nos lo muestra una carta
amistosa que se conserva de Moncayo al jesuita
(15 de Agosto de 1654).
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