• Asignatura: Historia
  • Autor: juanaperezjajaja123
  • hace 4 años

un resumen de un negocio ruinoso ​

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Respuesta dada por: imane97
8

Explicación:

No hace mucho tiempo, vivía en Tánger un humilde zapatero remendón que tenía un canario. Un día, mientras estaba remendando zapatos, un viejo peregrino oyó el canto del pájaro y quedó fascinado. Se quedó más de una hora mirándolo fijamente, con los ojos y la boca muy abiertos, y luego empezó a suplicar al zapatero que se lo vendiese, cosa que este no estaba dispuesto a hacer porque tenía cariño al pájaro.

Pero el peregrino insistió tanto que, al final, el zapatero aceptó vendérselo por veinte monedas.

El peregrino era pobre, y veinte monedas era un precio muy elevado para un canario; pero, aun así, reunió el dinero, compró el pájaro y se marchó.

Pasaron tres días, y el peregrino volvió con el canario.

–Devuélveme mis monedas y toma tu pájaro.

El zapatero se enfadó mucho al oír aquello.

–Yo no quería vendértelo. Fuiste tú quien insistió en comprarlo. Y ahora vienes a molestarme otra vez. ¿Qué derecho tienes a hacer eso?

–El pájaro no canta –le respondió el peregrino–.

Desde que me lo llevé a casa, se ha quedado posado en su jaula y no le he oído cantar ni una sola vez.

–Me es igual –dijo el zapatero–. En el trato que hicimos no pusimos como condición que el pájaro cantase. Y te repito que yo no quería vendértelo. Así que… lárgate.

Entonces el peregrino empezó a dar voces, y se formó un corro de espectadores que querían saber

cuál era el problema. Los dos interesados contaron su historia y en parte porque el peregrino era mayor y parecía muy furioso, y en parte porque los buenos musulmanes tienen debilidad por los hombres santos, todos se pusieron en contra del zapatero.

–¿No te da vergüenza? –le dijeron–. Devuélvele a este pobre hombre sus veinte monedas y quédate con tu pájaro.

Y así lo hizo: le dio al peregrino sus veinte monedas, con la esperanza de que lo dejara tranquilo.

–Un momento –dijo el peregrino–. Le he dado de comer a este pájaro inútil durante tres días. Es justo, pues, que me pagues las semillas que se ha comido.

Al oír esto, el zapatero se puso más que furioso. Había deshecho el trato por pura amabilidad y ahora el viejo quería que le pagase el importe de las semillas. Eso, dijo, no lo haría jamás, aunque le cortasen la cabeza o lo arrastrasen desnudo por las calles de Tánger. Pero el viejo peregrino se puso todavía más furioso, llamó a la guardia e hizo llevar al zapatero a rastras ante el Pachá.

–Este no es caso para que lo juzgue yo –dijo el Pachá tras haberle escuchado–, sino el Juez Supremo

de todos los casos de Pacotilla.

Así pues, la guardia se hizo cargo de los dos litigantes y los condujo hasta la casa del juez.

El juez los escuchó con mucha atención, y no le quedó ninguna duda de que hablaban completamente

en serio. Luego dictó sentencia.

–Es evidente que el peregrino está en su derecho –le dijo al zapatero–, así que debes liquidar la deuda

que tienes con él por los tres días que ha dado de comer a tu canario. Pero hay algo en tu contra –añadió al tiempo que se volvía hacia el triunfante peregrino–.

Durante tres días este zapatero se ha quedado sin el canto de su pájaro, y debes resarcirle. Por tanto, te condeno a pasar tres días dentro de una jaula en el taller del zapatero y a cantar para él tan

bien como lo hace su pájaro.

Entonces llamó a sus guardias, como si tuviera que decirles algo importante, dejando al peregrino sin vigilancia. Y no hace falta decir que, cuando miraron, el peregrino había desaparecido; y ya nunca volvió a molestar a nadie en Tánger.

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