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MAESE PÉREZ EL ORGANISTA
EN SEVILLA, EN EL MISMO ATRIO DE SANTA INÉS, y mientras esperaba que comenzase la Misa del Gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento. Como era natural, después de oírla, aguardé impaciente que comenzara la ceremonia, ansioso de asistir a un prodigio. Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano de Santa Inés, ni nada más vulgar que los insulsos motetes que nos regaló su organista aquella noche. Al salir de la misa, no pude por menos decirle a la demandadera con aire de burla: –¿En qué consiste que el órgano de maese Pérez suena ahora tan mal? –¡Toma! –me contestó la vieja–, en que ese no es el suyo. –¿No es el suyo? ¿Pues qué ha sido de él? –Se cayó a pedazos de puro viejo, hace una porción de años. –¿Y el alma del organista? –No ha vuelto a aparecer desde que colocaron el que ahora le sustituye. Si a alguno de mis lectores se le ocurriese hacerme la misma pregunta, después de leer esta historia, ya sabe el por qué no se ha continuado el milagroso portento hasta nuestros días. –¿Veis ese de la capa roja y al pluma blanca en el fieltro, que parece que trae sobre su justillo todo el oro de los galeones de Indias, aquel que baja en este momento de su litera para dar la mano a esa otra señora que, después de dejar la suya, se adelanta hacía aquí, precedida de cuatro palo con hachas? Pues ese es el marqués de Moscoso, galán de la condesa viuda de Villapineda. Se dice que antes de poner sus ojos sobre esta dama, había pedido en matrimonio a la hija de un opulento señor; más el padre de la doncella, de quien se murmurara que es un poco avaro... Pero, ¡calle!, en hablando del ruin de Roma cátele aquí que asoma. ¿Veis aquel que viene por debajo del arco de San Felipe, a pie, embozado en una capa oscura, y precedido de un solo criado con una linterna? Ahora llega frente al retablo. ¿Reparasteis, al desembozarse para saludar a la imagen, la encomienda que brilla en su pecho? A no ser por ese noble distintivo, cualquiera le creería un lonjista de la calle de Culebras... Pues ese es el padre en cuestión; mirad cómo la gente del pueblo le abre paso y le saluda.
Toda Sevilla le conoce su colosal fortuna. El solo tiene más ducados de oro en sus arcas que soldados mantiene nuestro señor el rey don Felipe: y con sus galeones podría formar una escuadra suficiente a resistir a la del Gran Turco... Mirad, mirad ese grupo de señores graves: esos son los caballeros veinticuatro. ¡Hola, hola! También está aquí el flamenco, a quien se dice que no han echado ya el guante los señores de la cruz verde, merced a su influjo con los magnates de Madrid... Este no viene a la iglesia más que a oír música... No, pues si maese Pérez no le arranca con su órgano lágrimas como puños, bien se puede asegurar que no tiene su alma en su armario, sino friéndose en las calderas de Pedro Botero... ¡Ay, vecina! Malo...
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1
The ins. Uhssganl huose
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