• Asignatura: Religión
  • Autor: dayanasazslr
  • hace 4 años

x favor alguien q me ayude ​

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Respuestas

Respuesta dada por: marleyypeyton
1

Respuesta:

ama a tu padre , y cuida a tus abuelos

Explicación:

gracias espero te sirva


dayanasazslr: Gracias :p
Respuesta dada por: josthinalexis15
0

Respuesta:

ponme un rey por ha verte ayudado

Explicación:

Hermanos y hermanas, qué hermoso es verlos. Es un privilegio empezar cada año la época de Navidad con ustedes, en el Devocional de Navidad de la Primera Presidencia. Les expreso mi amor a todos ustedes, ya sea que estén presentes aquí en este edificio o escuchando esta reunión por otros medios.

La época navideña, con su significado y belleza especiales, a menudo provoca lágrimas, inspira un nuevo compromiso con Dios y proporciona  —tomando prestadas las palabras de la bonita canción “El Calvario”— “descanso para el fatigado y paz para el alma”.

No obstante, es fácil vernos envueltos en la presión de la época y quizá perdamos el mismo Espíritu que intentamos obtener. En esta época del año es muy común que muchos se excedan. Las causas podrían ser demasiadas actividades navideñas a las que asistir, mucha comida, muchos gastos económicos, expectativas muy altas y muchísima tensión. A menudo, por nuestros esfuerzos en la época navideña, nos sentimos estresados, sin energías y agotados durante una época en que deberíamos sentir el gozo sencillo de conmemorar el nacimiento de nuestro Salvador.

El verdadero gozo de la Navidad no viene con las corridas ni la prisa para lograr hacer más cosas, ni se halla al comprar regalos. Hallamos verdadero gozo cuando ponemos al Salvador en el centro de esta época. Podemos tenerlo en nuestros pensamientos y en nuestra vida al realizar la obra que Él desearía que hiciéramos aquí en la tierra. En esta época en particular, sigamos Su ejemplo al amar y servir a nuestro prójimo.

Parte de nuestra sociedad ansía desesperadamente una expresión de amor; son aquéllos que envejecen, especialmente cuando sufren de punzadas de soledad. El viento helado de las esperanzas que mueren y los sueños que se desvanecen silba a través de las filas de ancianos y de los que se acercan al declive de la cima de la vida.

Años atrás, el élder Richard L. Evans escribió: “Lo que ellos necesitan en la soledad de los años de la vejez es, en parte, lo que necesitamos en los años inciertos de la juventud: el sentimiento de pertenencia, la seguridad del sabernos queridos y la bondadosa atención de corazones y manos cariñosos, no simplemente la formalidad del deber, ni la escueta habitación en un edificio, sino un lugar en el corazón y la vida de alguien…

No podemos devolverles el amanecer de los años de la juventud, pero podemos ayudarlos a vivir en el tibio resplandor del atardecer en forma más hermosa con nuestra consideración, nuestro cuidado y nuestro amor sincero y activo”1.

Mis hermanos y hermanas, el amor verdadero es un reflejo del amor del Salvador. Cada diciembre lo llamamos el espíritu de la Navidad. Se escucha; se ve; se siente.

Hace poco recordé una experiencia de mi niñez, una experiencia que he contado en una o dos ocasiones. Tenía sólo 11 años. Nuestra presidenta de la Primaria, Melissa, era una cariñosa señora mayor de cabello canoso. Un día, en la Primaria, me pidió que me quedara a conversar con ella. Los dos nos sentamos en la capilla solitaria. Ella me pasó el brazo por los hombros y comenzó a llorar. Sorprendido, le pregunté por qué lloraba.

Ella me contestó: “No logro que los niños de tu clase se mantengan reverentes durante los ejercicios de apertura de la Primaria. ¿Quisieras ayudarme, Tommy?”.

Le prometí que lo haría. Para mi sorpresa, pero no la de ella, eso terminó todos los problemas de reverencia en la Primaria. Había acudido al origen del problema: a mí. La solución había sido el amor.

Los años pasaron y la maravillosa Melissa, que ya tenía más de 90, vivía en un asilo de ancianos, al noroeste de Salt Lake City. Antes de la Navidad, decidí visitar a mi querida presidenta de la Primaria. En la radio del auto, sonaba la canción “Escuchad el son triunfal”2. Reflexioné en la visita de los reyes magos tantos años atrás. Ellos llevaban regalos de oro, incienso y mirra. Yo sólo llevaba el regalo de mi amor y el deseo de decir “Gracias”.

Encontré a Melissa en el comedor. Miraba con ojos fijos el plato de comida y la revolvía con el tenedor que sostenía con su arrugada mano. No comía ni un bocado. Cuando le hablé, me miró con ojos buenos pero indiferentes. Tomé el tenedor y empecé a darle de comer en la boca y mientras tanto le hablaba de lo mucho que ella había ayudado a los niños cuando trabajaba en la Primaria. No percibí nada en ella que indicara que me reconocía, ni tampoco pronunció palabra alguna. Otras dos ancianas del asilo me miraban asombradas. Finalmente me dijeron: “No le hable. No conoce a nadie, ni siquiera a su propia familia. No ha dicho una palabra en todo el tiempo que lleva aquí”.

El almuerzo terminó y mi monólogo llegó a su fin. Me puse de pie para marcharme. Tomé su débil mano entre las mías y contemplé su aún hermoso semblante.

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