Escriba un párrafo sobre el semáforo alimenticio en el pasado y en la actualidad. Puede aplicar el tiempo presente simple y pasado simple.
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En 2010 los europarlamentarios fueron objeto de la mayor operación de presión que jamás se hubiera ejercido nunca sobre ellos. El debate que suscitó la coacción partió de la Confederación Europea de Industrias de Alimentos y Bebidas (la CIAA) y de sus marcas adheridas, a raíz de una sugerencia sobre la modificación del etiquetado nutricional. Una campaña que costó -según la propia CIAA- en la friolera de 1.000 millones de euros invertido por sus marcas. Su finalidad era echar para atrás la propuesta británica de adoptar un etiquetado nutricional europeo más amable para los consumidores, conocido como el semáforo nutricional. Lo que haría desaparecer el que le interesaba a la industria, basado en los porcentajes de las guías de consumo diario (o GDA’s). A instancias del entonces socio británico en el Parlamento, se debatía la implantación un código de tres colores (rojo, ámbar y verde) con el que definir de forma visual el contenido de un alimento en al menos cuatro de sus características nutricionales: las cantidades de azúcares, grasas totales, grasas saturadas y sal.
El grueso de la industria se mostró totalmente en contra -y sin fisuras- respecto al uso del semáforo, creyendo que acabaría por estigmatizar una gran mayoría de sus productos. De ser implantado, colocaría un número importante de luces rojas en los envases, algo que condicionaría bastante las ventas. Además, el semáforo expresaría su colorido dictamen respecto al contenido por 100 g de alimento en las cuatro variables mencionadas (véanse páginas 19 y 20), en lugar de un único porcentaje de las GDA’s en una etiqueta monocromática, como pedía la industria.
Las presiones surtieron su efecto: el 16 de marzo de 2010 y tras año y medio de debates se procedió a votar en el Parlamento Europeo entre el modelo de etiquetado semafórico, que a instancias de la europarlamentaria Glenis Willmott protegía mejor los intereses de los consumidores, o el defendido por la industria alimentaria. El resultado: 30 votos a favor de la propuesta de cambio británica; 30 en contra; y 2 abstenciones. En la práctica: quedó rechazada la propuesta británica, ganó la industria y adiós al semáforo… de momento.
El semáforo que nunca se pone rojo
A inicios de 2017, seis de las mayores marcas de la industria alimentaria (Coca-Cola, Mars, Mondelez, Nestlé, PepsiCo y Unilever) incluyeron el modelo tricolor en sus productos, supuestamente para informar mejor a sus usuarios respecto a la presencia de azúcar, grasas y sal : las tres bestias contra las que luchar dentro del sector desde hace un par de décadas. Lo cuenta de manera proverbial Michael Moss en su libro Salt, sugar, fat, cuyo título en castellano - Adictos a la comida basura -no llega a reflejar su interesante contenido.
Caben pocas dudas respecto a la intención de esta decisión de la industria: mejorar el balance de cuentas, o al menos posicionarse con herramientas que les den ventaja ante los posibles escenarios de mercado, para obtener el mejor de los réditos posibles. Aunque en su declaración de intenciones se afirma que su semáforo servirá para respaldar elecciones más saludables entre los consumidores. Para mayor recochineo, sostienen que su sistema sigue la codificación de colores aplicados en Reino Unido e Irlanda. Lo han llamado Evolved Nutrition Label Initiative, que en castellano suena fenomenal: iniciativa para un etiquetado nutricional evolucionado. Y usarían estos criterios para poner los colorines.
Siguen una estrategia habitual en ciertas multinacionales de esta industria: ponerse la medalla de preocuparse por las elecciones que puedan realizar sus consumidores. Curiosamente, los criterios siguen estando basados en los porcentajes de los GDA’s de cada nutriente que aportaría cada ración estándar de sus productos, que ellos se han preocupado de definir, en lugar el criterio que propuso el Reino Unido, basado en el contenido por 100 gramos.
Con criterios distintos, los resultados para un mismo producto en términos de luces rojas, ámbares y verdes son completamente diferentes: en los semáforos de la industria lucirán muchas menos luces rojas que en el conjunto de los británicos. Incluso en un mismo producto, las luces encendidas serán diferentes usando el semáforo de la industria o su alternativa. Lo han denunciado muchos países, además de múltiples plataformas y asociaciones de consumidores, como la OCU y la Asociación Europea de Consumidores o la alemana Foodwatch entre muchas otras. Porque en los semáforos de la industria destaca la escasez de luces rojas: no hay casi nada prohibido y todo mola. Por ejemplo, así quedarían los distintos semáforos para un mismo producto: