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La conformación del sistema colonial no tuvo un orden definido ni buscaba establecer un organismo coherente y bien integrado; esto dio como resultado una sociedad muy compleja. De hecho, los grupos sociales de fines del siglo XVI y principios del XVII se conservaron muchos de los rasgos de improvisación heredados de la Conquista, en especial el reconocimiento y la promoción de la heterogeneidad política y cultural de las personas y comunidades que compartían y se disputaban el territorio.
Esa complejidad se vio favorecida e incluso promovida por un rasgo cultural compartido por las sociedades españolas, mesoamericanas y aridoamericanas: su idea «no individualista» de la individualidad. Esto parece un juego de palabras, pero no lo es. En los primeros siglos coloniales, la idea de persona era muy diferente de la nuestra.
En la actualidad estamos convencidos de que una persona es un ser humano individual que existe con total independencia de otros, aunque casi siempre se reúna con algunos más para hacer ciertas cosas. Anteriormente se creía, sin embargo, que la personalidad de los individuos provenía del hecho de ser miembros de familias, de comunidades, de parroquias, de regiones y de grupos profesionales, étnicos o políticos claramente diferenciados, y que sólo a partir de eso se constituían los individuos particulares.