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El artículo de Víctor Manuel Téllez ("Acercamiento al estudio de las jerarquías cívico-religiosas entre los huicholes") es, quizá, muy revelador en torno de los antecedentes acerca del tema, porque nos coloca en una línea de investigación etnohistórica muy suge-rente: que la organización social, política, económica e ideológica que se encuentra en el trasfondo de los sistemas de cargos, aunque pudiera tener raíces en el mundo prehispánico, es en la Colonia donde deben buscarse sus antecedentes, aunque no lo es todo porque el proyecto evangelizador también es un ingrediente a considerar: las cofradías y sus normas; las órdenes religiosas, las formas específicas de religiosidad popular local y sus proyectos; los cabildos y las repúblicas de indios; la composición demográfica y el vínculo con el virreinato, corregidurías y alcaldías mayores son líneas a seguir en futuras indagaciones, aunque no lo es todo. Una indagación de ese tipo, nos sugiere, no debería hacer oídos sordos a los procesos independentistas y los proyectos socioeconómicos de los liberales y los conservadores del siglo XIX en Latinoamérica, así como la alternabilidad del poder y los vacíos que las guerras y los gobiernos dejaban de tiempo en tiempo y de lugar en lugar. Pero aporta algo más: su profundo conocimiento sobre los wirrárika (huicholes) del occidente de México y las imbricaciones del pensamiento social, político y religioso que existe en el trasfondo de la jerarquía cívico-religiosa de la citada etnia, le permite destacar que "las jerarquías tradicionales mantienen parte de su autoridad en el ámbito ceremonial y, en cierto sentido, moral de la comunidad, pero ven disminuida su capacidad para tomar decisiones e incidir en la administración de justicia o la defensa de los derechos sobre su territorio y el acceso a sus recursos" al extremo que, en el mundo de la política estatal, el gobierno propio indígena suele ser tratado como un elemento ornamental, a contrapelo del valor que se le da en la propia cultura india.
En el material que nos ofrece Yuribia Velázquez, "El intercambio de 'ayuda'. Un modelo económico y organizativo de los nahuas de la Sierra Norte de Puebla", en México, el sistema de cargos aparece como difuminado, pero sujeto a una relación estructural, el intercambio. Quizá, para los analistas avezados, el intercambio, tan fundamental como la producción para todas las sociedades, nos es presentado con un rostro que pareciera diseñado para sociedades donde la mercancía dinero es casi inexistente, pero no es así: dar y recibir, solicitar y proporcionar suelen definir, si no total, sí al menos parcialmente, la economía y la organización social de muchas etnias y sociedades en el mundo (no se necesita afiliarse al estructuralismo levistraussiano para afirmarlo). Tal es el caso en la etnorregión nahua enclavada en la Sierra Madre Occidental de México. El acto de solicitar, aislado, carece de implicaciones económicas y sociales, pero cuando es atendido y se proporciona parcial o totalmente lo requerido, inmediatamente se activa la norma que establece la obligación de reciprocar y genera tanto la argamasa de vínculos como la posibilidad de solicitar cuando se ha proporcionado; la ruptura, vía desobediencia de la norma, casi siempre descompone algo de un tejido social conformado principalmente con las relaciones de parentesco consanguíneo y el ritual, pero sacralizado mediante relaciones de ayuda entre los hombres y los santos con la intermediación de las mayordomías.
El trabajo de Mario Ortega ("Mayordomías en Santa Ana Tlacotenco y Santiago Tzapotitlan") nos confiere análisis etnográfico comparativo con visos de elementos turnerianos en torno del ritual: las mayordomías y lo que el autor considera como una forma de sistema de cargos enfocado a la celebración de dos fiestas patronales en sendos pueblos originarios enclavados en el territorio del Distrito Federal, demarcación geopolítica para el asentamiento de los poderes de la república. Ambos pueblos, Santa Ana Tlacotenco y Santiago Tzapotitlán, resuelven mediante sistemas de mayordomías, y mediante competencias, por medio de la organización de la fiesta patronal y sus respectivas danzas, por una dosis de prestigio que, eventualmente, puede ser canjeado por votos para alcanzar un puesto público: la Coordinación Territorial (o Subdelegación, una instancia de enlace entre las autoridades delegacio-nales del Distrito Federal y los propios pueblos y barrios) o una diputación local. Esta práctica, aunque no es necesariamente una alternancia entre cargos religiosos y cívicos (no todos los mayordomos o responsables de danzas pretenden transitar de un cargo a un puesto), sí evidencia algo que he sostenido en múltiples espacios: el capital social