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La historia de la guerra en Mesoamérica es larga y compleja. El mosaico varía en el tiempo y según los diferentes tipos de organización política, lo que aumenta su complejidad y la dificultad de comprenderla. Se trata de un fenómeno complejo, variable y en permanente transformación que no puede interpretarse a partir de un monumento, un sitio o una fuente aislados. No hay, ni puede haber, una clave única que nos permita entender la enorme complejidad de la guerra y sus métodos en Mesoamérica.
El papel de la guerra fue esencial para la conformación de Mesoamérica como área cultural. La convivencia pacífica permitió la difusión de ideas y tecnologías, aunque lentamente. En cambio, la expansión militar aceleró significativamente ese proceso y, además, incrementó el prestigio de los conquistadores. El patrón de difusión e integración cultural de Mesoamérica se relaciona claramente con la historia de sus expansiones militares.
La interpretación de las guerras como explicación de intercambios culturales ha variado con el tiempo: hoy en día se concede mayor importancia al estudio de la guerra, pero hace medio siglo se consideraba a la era teotihuacana como una época tranquila y se describía a los mayas como pacíficos súbditos de reyes filósofos. Las explicaciones han cambiado, más por la inclusión de otras perspectivas que en razón de nuevos descubrimientos.
En el afán por encontrar nuevas explicaciones a las prácticas guerreras, se ha abusado de la información disponible sobre los grupos mejor documentados, los aztecas sobre todo, adjudicándosela a grupos anteriores. No debemos olvidar que los aztecas –que eran un imperio joven y pujante– vivieron en circunstancias sociales y materiales significativamente distintas de las que tenían las ciudades-Estado o los imperios maduros, que habían dejado de expandirse o estaban en retroceso. No puede asumirse, en el caso de la guerra, una total continuidad cultural.
La práctica y los métodos de la guerra
Sin embargo, tenemos bastante información sobre la guerra a lo largo de toda la historia mesoamericana, lo que nos permite conocer su práctica y condiciones, en tiempos y lugares determinados. Las escenas de batallas de Bonampak, Chiapas, y Cacaxtla, Tlaxcala, son visualmente las más impresionantes, pero el creciente número de glifos descifrados que conmemoran conquistas es lo que más ha modificado las nuevas corrientes de interpretación.
Los monumentos de conquista son comunes en Mesomérica, pero no siempre son precisos históricamente. Cuando se proclama una conquista en un solo monumento se tiende a aceptar lo que muestra; sin embargo, cuando hay varias fuentes, las victorias que se registran no siempre son reales. La Piedra de Tízoc, por ejemplo, conmemora conquistas que son rotundamente refutadas por todas las fuentes posteriores a la conquista española.
Si bien los monumentos de conquista brindan información importante acerca de la guerra, sus afirmaciones deben mirarse con cautela. En vista de que los monumentos se erigen como proclamaciones de una sola de las partes, rara vez asientan verdades incontrovertibles. Los líderes políticos, tanto los de entonces como los de ahora, rara vez asientan las derrotas o fallas, y los monumentos que erigen ofrecen las versiones oficiales –exclusivas de los presuntos vencedores. Aun cuando consignen hechos verdaderos, siempre soslayan el papel de los guerreros, sobre todo el de los que eran plebeyos. Los eventos consignados en glifos brindan nuevos e importantes conocimientos respecto a la guerra en Mesoamérica antigua; sin embargo, casi siempre son anecdóticos: se refieren a hechos aislados, brotes de violencia o periodos breves de militarismo.
Las armas y las fortificaciones ofrecen un panorama más amplio de la guerra mesoamericana; los ejemplos abundan y reflejan la participación masiva, lo cual nos permite ver su desarrollo a través del tiempo. Dicho desarrollo refleja tipos y capacidades militares y, además, circunstancias políticas más generales. No los encontramos antes de que hubiera en Mesoamérica guerra sistemática, que se dio solamente tras el establecimiento de las comunidades. La acumulación de bienes llevaba aparejada la necesidad de defenderlas, lo que permitió el surgimiento de dirigentes poderosos. En efecto, la evidencia de guerra formal más antigua de México, de hace 3 000 años, muestra a los dirigentes asociados con la captura de prisioneros.