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Respuesta:
La suma del poder público
Dicen que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Latinoamérica tiene
mucho que enseñarnos respecto a acontecimientos políticos históricos que deseáramos
no vuelvan a ocurrir. Uno de ellos sucedió en Argentina durante el siglo XIX:
El 7 de marzo de 1835 (…) Juan Manuel de Rosas aceptaba el cargo como
gobernador y capitán general concedido por la Legislatura de la Provincia de
Buenos Aires, con la suma del poder público, no obstante de que en principio
tenía un límite de cinco años. Esta medida fue ratificada por un plebiscito
popular urbano y comenzaba así su segundo mandato, que duraría 17 años. La
suma del poder público significaba conferirle a Rosas los tres poderes del
Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. (Olaza, s.f).
Rosas, quien ya había sido gobernador, condicionó su segundo período a que la
legislatura deposite en su persona la suma del poder público, esto es, entregarle el
manejo de los tres poderes del Estado, y en consecuencia, suprimir la división de
poderes republicana, una especie de absolutismo político, lo cual le fue concedido,
gobernando de esta forma de 1835 a 1852. Hábilmente, Rosas sometió a plebiscito el
acto legislativo, el cual fue aprobado abrumadoramente por la población, diez mil
personas a favor, ocho en contra.
Alaniz (2010) nos recuerda una parte del discurso de Rosas el día de su posesión:
Ninguno ignora que una fracción numerosa de hombres corrompidos,
haciendo alarde de su impiedad y poniéndose en guerra abierta con la religión,
la honestidad y la buena fe, han introducido por todas partes el desorden y la
inmoralidad, han desvirtuado las leyes, generalizado los crímenes, garantizado
la alevosía y la perfidia. El remedio de estos males no puede sujetar a formas y
su aplicación debe ser pronta y expedita. La Divina Providencia nos ha puesto
en esta terrible situación para probar nuestra virtud y constancia. Persigamos a
muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida y, sobre todo, al pérfido y
traidor que tengan la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esta raza
de monstruos no quede uno entre nosotros, que su persecución sea tan tenaz y
vigorosa que sirva de terror y espanto.
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