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Entendemos como ‘dolor’ la experiencia sensorial subjetiva, generalmente desagradable, que pueden experimentar todos aquellos seres vivos que disponen de un sistema nervioso. Se trata de una experiencia asociada a una lesión en los tejidos internos o externos del cuerpo, o sentido como si tal lesión existiera. El dolor puede ser agudo o sordo, intermitente o constante. Se puede sentir dolor en algún lugar del cuerpo, como la espalda, la cabeza o el estómago, o sentir dolor generalizado, como los dolores musculares durante una gripe o proceso oncológico.
La función del dolor es señalar al sistema nervioso que una zona del organismo está dañada, y por tanto, se trata de una situación que puede provocar una lesión grave. Esta señal de alarma desencadena una serie de mecanismos cuyo objetivo es evitar o limitar los daños, así como alejarnos físicamente de la situación dañina. Cuando sentimos dolor, se desencadena una secuencia de acciones a nivel neuronal cuyo objetivo es hacer frente a la agresión y eliminar el dolor. Si el propio organismo no es capaz de solventar las lesiones, y por tanto, calmar el dolor, se recurren a tratamientos médicos, farmacológicos, psicológicos, naturales y homeopáticos, entre otros, para ayudar al organismo a recuperar la homeostasis.