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La defensa de las Indias fue encomendada al principio a los encomenderos, ya que parecía innecesario sostener un ejército. Todo encomendero tenía la obligación de mantener su caballo y sus armas listas para el momento en que se le llamara a combatir. Y se le llamó pronto, pues a partir de 1530 aparecieron por América los piratas franceses, que se dedicaron a asaltar pequeñas poblaciones costeras. Los encomenderos hacían alguna defensa y protegían, sobre todo, a la población, que finalmente se internaba en la selva a esperar la partida del enemigo, cosa que solía hacerse tras el saqueo y quema de la población. Esta situación, relativamente tolerable, cambió a partir de 1569 cuando la Reina Virgen lanzó sus perros del mar contra las ciudades y barcos de Felipe II. Los ingleses, unidos a los franceses, atacaron entonces plazas importantes como La Habana, Veracruz, Cartagena, etc. sin que pudiera hacerse ninguna resistencia. La mayoría de las ciudades españolas del Caribe, sólo podían enfrentar cincuenta o cien encomenderos armados de picas y espadas, apoyados por algunos indios con flechas, contra una buena artillería naval y unas fuerzas considerables y adiestradas para combatir.