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El Barroco fue el segundo estilo artístico de carácter internacional después del gótico y son muchas las causas que incentivaron su propagación, como la imprenta.
Los antecedentes que recalca Hug sobre la versión sudamericana se centran en que a pesar de que en Europa el barroco americano no fue reconocido como tal -por ser un movimento tardío y con cosas externos- aportó nuevas alegorías y símbolos, fruto del eclectisismo que incorporó al imaginario universal católico, símbolos netamente precolombinos de las cosmogonías indígenas y mestizas. Focos importantes del barroco en el cono sur se encuentran en Cuzco, Lima, Quito y algunas ciudades de Brasil.
Para el curador alemán "con el barroco iberoamericano se inició el multiculturalismo tan típico del continente que caracteriza hasta hoy todas las sociedades entre las Antillas y el Río de la Plata. La variante tropical del barroco recibió de ese sincretismo un ímpetu, una fuerza imaginativa y un esplendor que hacían palidecer a las fuentes europeas", explica.
En Chile, en cambio, "la presencia del barroco no es evidente, hay que buscarla", dice Francisco Brugnoli y explica la causa histórica: "El barroco representaba a la colonia, a la monarquía y nosotros nos identificábamos con los principios independentistas de influencia francesa que apelaban a la razón, no a la imaginación, al arte concreto y neoclásico. La carencia de oro de Argentina y Chile, además, provocaron que las colonias no incentivaran el movimiento como en Brasil o Perú".
El barroco chileno es distinto, pero existe, según Brugnoli. Los jesuitas que habían impuesto su criterio en Europa respecto a la contrarreforma (diciendo que el hombre podía conquistar su salvación) necesitaban atraer a feligreses mediante la arquitectura de sus iglesias, con colores convincentes, curvas y cielos abiertos. Usaron la retórica para convencer, pese al racionalismo que siempre los caracterizó y que los hacía mirar con sospecha cualquier desborde.
Algunos de los hitos destacables de la presencia barroca en Chile son: la serie de cuadros de la vida de San Francisco que se exhibe en el claustro de San Francisco, realizada en Perú en el taller de Basilio de Santa Cruz (1684), el altar de plata de la Catedral de Santiago, el púlpito de la Iglesia de la Merced, la imaginería de figuras religiosas realizada en Chiloé y piezas de arte popular de origen barroco realizadas durante la colonia en escuelas de artesanos como el taller Talagante de la orden Jesuita.
Los jesuitas en Chile salvaron a muchos indígenas de ir a trabajar a las minas y los acogieron para que realizaran artesanías cuya riqueza es barroca. La curatoría chilena de esta muestra, de hecho, incorpora piezas de arte popular de origen barroco, realizadas en escuelas de artesanos durante la colonia en Chile. Estos objetos en préstamo pertenecen al Museo de Arte Popular Americano Tomás Lagos, de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.
Los antecedentes que recalca Hug sobre la versión sudamericana se centran en que a pesar de que en Europa el barroco americano no fue reconocido como tal -por ser un movimento tardío y con cosas externos- aportó nuevas alegorías y símbolos, fruto del eclectisismo que incorporó al imaginario universal católico, símbolos netamente precolombinos de las cosmogonías indígenas y mestizas. Focos importantes del barroco en el cono sur se encuentran en Cuzco, Lima, Quito y algunas ciudades de Brasil.
Para el curador alemán "con el barroco iberoamericano se inició el multiculturalismo tan típico del continente que caracteriza hasta hoy todas las sociedades entre las Antillas y el Río de la Plata. La variante tropical del barroco recibió de ese sincretismo un ímpetu, una fuerza imaginativa y un esplendor que hacían palidecer a las fuentes europeas", explica.
En Chile, en cambio, "la presencia del barroco no es evidente, hay que buscarla", dice Francisco Brugnoli y explica la causa histórica: "El barroco representaba a la colonia, a la monarquía y nosotros nos identificábamos con los principios independentistas de influencia francesa que apelaban a la razón, no a la imaginación, al arte concreto y neoclásico. La carencia de oro de Argentina y Chile, además, provocaron que las colonias no incentivaran el movimiento como en Brasil o Perú".
El barroco chileno es distinto, pero existe, según Brugnoli. Los jesuitas que habían impuesto su criterio en Europa respecto a la contrarreforma (diciendo que el hombre podía conquistar su salvación) necesitaban atraer a feligreses mediante la arquitectura de sus iglesias, con colores convincentes, curvas y cielos abiertos. Usaron la retórica para convencer, pese al racionalismo que siempre los caracterizó y que los hacía mirar con sospecha cualquier desborde.
Algunos de los hitos destacables de la presencia barroca en Chile son: la serie de cuadros de la vida de San Francisco que se exhibe en el claustro de San Francisco, realizada en Perú en el taller de Basilio de Santa Cruz (1684), el altar de plata de la Catedral de Santiago, el púlpito de la Iglesia de la Merced, la imaginería de figuras religiosas realizada en Chiloé y piezas de arte popular de origen barroco realizadas durante la colonia en escuelas de artesanos como el taller Talagante de la orden Jesuita.
Los jesuitas en Chile salvaron a muchos indígenas de ir a trabajar a las minas y los acogieron para que realizaran artesanías cuya riqueza es barroca. La curatoría chilena de esta muestra, de hecho, incorpora piezas de arte popular de origen barroco, realizadas en escuelas de artesanos durante la colonia en Chile. Estos objetos en préstamo pertenecen al Museo de Arte Popular Americano Tomás Lagos, de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.
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