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Una vez fusilado Dorrego, el general Juan Lavalle se vio en el difícil problema de desactivar una bomba de tiempo que podría estallarle en cualquier momento. Debía buscar una fórmula que contuviera la delegación del poder. El entonces gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y el comandante y gran hacendado, Juan Manuel de Rosas, pusieron sitio a Lavalle, obligándolo a una reconciliación y a poner bajo el mando de Rosas todo el poder disciplinador de la campaña bonaerense.
Este primer acuerdo, llamada “Convención de Cañuelas”, establecía fecha de nuevas elecciones de representantes, que debían tácitamente ser favorables a los deseos de Rosas, pero lejos de ello, las fuerzas unitarias porteñas resultaron amplias ganadoras, viéndose Lavalle expuesto a la furia del nuevo hombre fuerte de la campaña, debiendo así desarmar su gobierno y convenir nuevos acuerdos.
Fue a fines de agosto que se volvieron a reunir Lavalle y Rosas, en una quinta cerca del río Barracas, acordando el definitivo retiro del asesino de Dorrego de la escena política. El designado para reemplazarlo no fue el mismo Rosas, sino el general Juan José Viamonte, quien debía de inmediato convocar a nuevas elecciones legislativas. Tres meses y medio duró su gestión, hasta que la nueva legislatura finalmente nombró a Rosas gobernador, otorgándole las facultades extraordinarias y el título de Restaurador de las Leyes.
En su discurso inaugural decía el flamante “Restaurador”: