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Lo abstracto (del latín “abstractio”; aislamiento) es una faceta, una parte de un todo, lo unilateral, lo no desarrollado; lo concreto (del latín “concrescere”, crecer por aglomeración) es lo compuesto, lo complejo, lo multifacético. En la historia de la filosofía, hasta Hegel, lo concreto se entendía sobre todo como multiplicidad sensorialmente dada de cosas y fenómenos singulares; lo abstracto, como característica de los productos exclusivos del pensar (Abstracción). Hegel fue el primero en introducir en la filosofía las categorías de abstracto y concreto en el sentido específico en que ha sido empleado, desarrollándolo, en la filosofía marxista: lo concreto es sinónimo de interconexión dialéctica, de integridad que se descompone en partes; lo abstracto no es un contrario de lo concreto, sino una etapa en el movimiento de lo concreto mismo, es lo concreto sin revelarse, sin desplegarse, sin desarrollarse (Hegel compara la relación entre lo abstracto y lo concreto, por ejemplo, con la relación entre la yema y el fruto, entre la bellota y la encina). No obstante, lo concreto, según Hegel, es característico únicamente del “espíritu”, del pensamiento, de la “idea absoluta”. En cambio, la naturaleza y las relaciones sociales de las personas han aparecido como su “ser-otro” no verdadero, como manifestación abstracta, de facetas singulares, de momentos de la vida del espíritu universal.
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