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El objetivo esencial de este trabajo radica en un intento indagatorio sobre los fundamentos filosóficos que den cuenta de las posibilidades comunicativas y de transmisión de conocimientos que ofrecen las imágenes a igual que la palabra, enlazando las reflexiones de diferentes pensadores que han abordado el tema de la imagen y la representación, y cómo éstas se relacionan con los procesos perceptivos-cognitivos y en definitiva con el pensamiento.
Núcleo problemático
La relación entre la realidad y sus representaciones está provocando un renovado interés en los debates contemporáneos.
Sin duda este fuerte impulso se debe en parte al alto grado de sofisticación alcanzado por las técnicas de modelización de la realidad.
A este núcleo problemático confluyen múltiples contribuciones provenientes de diversas disciplinas; desde la filosofía y epistemología de la comunicación, desde la historia del Arte hasta la cultura material.
La incursión en el pensamiento y obra de diferentes autores puede resultar fructífera en el sentido de poder disponer de diversos enfoques y reflexiones interesantes que permitan comprender mejor la naturaleza y funcionamiento de las imágenes como lenguaje.
Encadenando ideas
El enfrentamiento entre la capacidad cognitiva del intelecto y la misma capacidad sensorial nace casi con el hombre. Fueron los pitagóricos quienes produjeron la primera grave escisión entre estas dos formas de conocimiento al plantear, de modo dicotómico, la existencia de un mundo celeste y otro terrestre. El primero de ellos basado en la lógica matemática, era el reino de la astronomía; el segundo era impredecible, igual que la naturaleza y la existencia humana. Esta concepción primitiva evolucionó dentro de esta dicotomía: conocimiento sensorial versus conocimiento racional.
Platón escribe que toda búsqueda y todo aprendizaje no son sino recuerdos, y en su Felón recomienda la conveniencia de no perder el ojo de la mente, ya que los sentidos no nos ofrecen la incuestionabilidad del raciocinio.
Es Aristóteles el primer pensador que le otorga carta de naturaleza al conocimiento sensorial al desarrollar los conceptos de inducción y abstracción. Sostiene que el ser humano está dotado de sentidos. Cada uno recibe y aprende objetos que están fuera de ellos. Cada sentido tiene su objeto formal y se diferencian por la finalidad y por la función que cumple cada uno de ellos.
Los órganos de los sentidos reciben la forma del objeto (pensemos en la forma vicarial del objeto) que está fuera del sujeto. El órgano del sentido no recibe el objeto, recibe una representación del mismo.
Los sentidos pasan la información a los sentidos internos y estos al entendimiento, quien al recibir entiende lo que queda afuera... Los sentidos internos han modelado, mediante el proceso de abstracción, el material apto para que el entendimiento humano pueda realizar el acto de entender.
Santo Tomás de Aquino toma la teoría aristotélica y propone su propia visión: postula que el conocimiento es por representación; toma el axioma filosófico: nada hay en el entendimiento que no haya pasado por los sentidos.
El objeto se da a conocer y tiene una representación propia que puede ser aprehendida. Se refiere a que el objeto tiene una imagen propia, y esta imagen es una representación del objeto. La imagen que llega al entendimiento se denomina concepto. Así es posible el entendimiento del objeto.
El medio por el cual se pone en relación el objeto y el entendimiento, ha sido la imagen, la representación del objeto. De allí la afirmación: conocemos por representación, conocemos por imágenes. La imagen es propiamente el mensaje.
Aunque los filósofos griegos concibieron la dicotomía de percepción y razonamiento, no puede decirse que aplicaron esta noción con la rigidez que la doctrina adquirió en los siglos recientes del pensamiento occidental. Los griegos aprendieron a desconfiar de los sentidos, pero nunca olvidaron que la visión directa es la fuente primera y última de sabiduría.
Refinaron las técnicas del razonamiento pero también creyeron que, en palabras de Aristóteles: el alma jamás piensa sin una imagen La irrupción del racionalismo en el desarrollo occidental, la fuerza elemental con la que inundó la totalidad de la vida cultural europea, provocando con ello la crisis de la Edad Moderna, todavía conserva hoy, al cabo de quinientos años, algo de enigmático. Nunca antes la función lógica había alcanzado en la vida espiritual esa supremacía tal, capaz de poder desechar cualquier otra concepción como primitiva e inferior.
Descartes en su Discurso del Método deja de lado todo conocimiento sensitivo: su duda sistemática le lleva a encerrar al pensamiento humano en sí mismo: el objeto propio del entendimiento son las ideas. Y estas ideas no pueden provenir de la realidad, las produce el mismo sujeto pensante. Lo único firme que encuentra en su discurrir se traduce en: pienso luego existo.