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Hace varios años leí el cuento de Mamerto Menapace “Morir en la pavada”. Es un conocido relato didáctico que tiene por protagonista a un cóndor cuyo huevo fue encontrado por un campesino y criado por una pava. La narración continúa con el cóndor creciendo pensando que es un pavo como sus hermanos de crianza, que lo desalentaron de esa locura de querer volar.
La enseñanza que explica Menapace luego de su historia, es que no nos dejemos llevar por lo que los demás dicen de nosotros, que sigamos nuestros instintos. Reconozco que aprendí mucho más de ese ejemplo sencillo.
La vida es un conjunto de casualidades. ¿Qué hubiera pasado con el cóndor si su huevo no hubiese sido encontrado? Seguramente, no hubiese nacido. Al menos vivió… como pavo.
Morir en la pavada no fue tan malo si le permitió existir. Aunque lo hizo sujeto a su necesidad de encajar, escuchando a quienes lo llamaban loco. Eligió ser pavo.
Las posibilidades de una vida son infinitas. Parte de ellas las brinda la casualidad. Otra parte las elige cada uno.
Un joven introvertido, sensible, melancólico y estudiante promedio destinado a ser granjero creció con su abuela porque su padre falleció antes de que él viera la luz y su madre lo abandonó para formar una nueva familia. Casi por casualidad, fue recibido en Cambridge con un mediocre examen y en solo cuatro años su profesor de matemáticas le cedió su cátedra, recibió su doctorado al año siguiente y cambió la ciencia para siempre descubriendo la ley de la gravedad. Isaac Newton creció en la pavada. El medio y las circunstancias contribuyeron para que no muriera en ella.
“El azar favorece a los bien preparados”, afirmó quien una vez fue un adolescente dibujante con dificultades para las matemáticas que soñaba enseñar Bellas Artes. Un profesor lograría despertar su interés para convertirse en el químico que crearía la Teoría del Germen de la Enfermedad, fundamental en la historia de la medicina, inmortalizando su nombre: Louis Pasteur.
Ni qué decir de aquel muchacho rebelde que apenas podía hablar, que aprendía más lento que los demás y sus profesores hacían de lado porque no podía ni memorizar sus lecciones. Albert Einstein los ignoró y siguió su camino.
Un irlandés recibió, el mismo día en que cumplía 19 años, una nota de una discográfica rechazando su cinta a la que calificaron de “inadecuada para la época”. Afortunadamente no se quedó esperando morir en la pavada y logró el éxito mundial junto a su banda U2.
Louisa May Alcott anhelaba ser escritora, pero recibió un consejo: que siguiera trabajando como maestra porque no tenía futuro en la Literatura. Que a todos nos resulte familiar el título “Mujercitas”, demuestra que sus instintos superaron la sugerencia de la editorial.
Existen muchas historias de personas comunes que lograron escuchar y alcanzar sus objetivos: practicar un deporte, comenzar la dieta, aprender algo nuevo, viajar, ser distinto, superarse.
Morir en la pavada es una elección. El instinto debe triunfar sobre cualquier voz, crítica e inclusive todo tipo de impedimento. Serás lo que debas ser, o no serás nada.
Si existes, eres. Si eres, asegúrate de escuchar tus instintos y que morir en la pavada, en todo caso, sea tu elección.
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