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La época radical (1863-1886) es uno de los períodos de mayor interés para los estudiosos de la historia de Colombia, por la agitación de ideas, y por los programas políticos, sociales y culturales que promovieron sus gobernantes. Pero tal vez por eso mismo es también uno de los períodos que más controversias ha suscitado. La misma Constitución de Rionegro, la carta con que los radicales orientaron los asuntos del Estado, adolece, no obstante ser un documento magnífico, de graves defectos, que dificultaron la acción de los gobiernos nacionales. Son defectos que con frecuencia han sido señalados por los investigadores; el más protuberante de todos, las normas que contemplaba para la aprobación de cualquier enmienda que se le hubiera querido hacer, lo que la convirtió en una carta prácticamente inmodificable.
Pero por encima de esos defectos, hay que aceptar que el espacio de libertades que creó dio frutos imposibles de desconocer. José María Samper, crítico de los más enconados del radicalismo, en especial de la Constitución de Rionegro, en un libelo contra el presidente Santiago Pérez, reconoce el clima de cultura política y de realizaciones de toda índole que se lograron al amparo de esa constitución. Rescato este testimonio, entre muchos otros, porque proviene de un observador comprometido con los programas que definen la época, escritor dispuesto a la defensa de las libertades ciudadanas y a la observación atenta del desenvolvimiento de la política colombiana y de las ejecuciones de los funcionarios públicos.
No es un juicio -hay que subrayarlo- que llame la atención por marginarse de un consenso negativo sobre el radicalismo, pues no obstante la leyenda negra que sobre este se ha querido propagar como justificación de las acciones de quienes condujeron al país hacia la Regeneración, lo cierto es que estamos frente a un período sobre el cual no se puede pasar de largo, que dejó una profunda huella en la memoria del país y que aún es objeto de evocación y de modelo para posibles cambios en la organización de la República y la orientación de los programas del Estado. De un período al que es saludable regresar para conocer sus realizaciones y sus frustraciones.
Tres fueron los grandes grupos de problemas, en opinión de Jaime Jaramillo Uribe, a los que los radicales quisieron dar solución con sus programas de gobierno. Son programas con los que se proponían superar definitivamente los vestigios de la herencia colonial, que aún eran perceptibles en la administración pública y la vida cultural y social de Colombia.
Esos tres grandes grupos de problemas eran de naturaleza política, económica y cultural: la organización del Estado como república, de orientación federalista, fue la respuesta que dieron al primer grupo, propuesta que buscaba romper con la tradición centralista impuesta por la Corona española, y de esta forma proveer a las provincias de una amplia autonomía para el manejo de sus propios asuntos; la orientación de la economía, que siguió el modelo del laissez faire promovido por el liberalismo clásico, tuvo entre sus propósitos el de estimular la acción privada e impulsar las importaciones y las exportaciones; y en el campo cultural, la acción de los gobiernos radicales cobijó sustanciales reformas, desde la educación primaria, hasta la universitaria, buscando poner al país a la altura del mundo moderno, y cambiar las maneras de pensamiento del hombre colombiano; la educación laica tenía justamente el propósito de preparar un ciudadano con libertad de criterios en los asuntos más privados y en sus relaciones con el mundo social.
A este período de la historia está dedicada esta obra. Ella es el resultado de la segunda versión del seminario programado por la Cátedra de Pensamiento Colombiano, de la Universidad Nacional de Colombia. Aunque elaborados dentro de un seminario, en cuyas sesiones semanales los borradores fueron leídos, comentados y discutidos, estos ensayos no pretenden ofrecer una visión global y única de la República radical colombiana del siglo XIX. Sus autores son investigadores de distintas disciplinas académicas, con sus maneras características de apreciar los problemas, sus propios sistemas de conceptos, y sus propósitos acordes con sus particulares intereses científicos.
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