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Pese a que, si somos fieles a la historia, ni la Edad Media fue un periodo tan oscuro como se ha pintado, ni el Renacimiento uno tan luminoso, lo cierto es que sí se destacó como un periodo en el cual el ser humano tuvo la voluntad de volver al camino de la ciencia y la lógica inaugurado por los filósofos griegos y que había dominado en las élites culturales del Imperio Romano, hasta la llegada de un cristianismo que, en muchos casos, se presentó como fanático y dogmático. El Renacimiento es un periodo histórico situado a caballo entre los siglos XV y XVI e iniciado en Italia pero que afectó a Europa, en el que se busca volver a unos valores de la edad clásica idealizados , y que resulta en el impulso de un tipo de arte más vital, de la ciencia y el humanismo. Así, Europa se reencontró con los clásicos griegos y latinos, prohibidos y perseguidos o, por lo menos, desacreditados por la iglesia durante siglos. Empieza a darse una cierta separación entre la iglesia y el estado, entre la religión y la vida civil, aunque este camino no se completará en algunos casos hasta los siglos XIX-XX.
Otros factores que desembocaron en el Renacimiento fueron los grandes descubrimientos geográficos y el incremento del peso social de las ciudades. Así, Nicolás Copérnico abría las puertas a comprender mucho mejor nuestro lugar en el cosmos, cuyos descubrimientos serían completados por Galileo Galilei en época posterior, aunque no aprobados hasta el siglo XVIII por la iglesia. Históricamente, el punto de partida del renacimiento es la Florencia de la familia Medicis y, de ahí, se extiende por «contagio» al resto de Italia. Durante el siglo XIV, será Florencia y los estados del norte de Italia quienes marquen la pauta renacentista, siendo sustituidos por una Roma que recupera su esplendor gracias a una iglesia que se ha dejado seducir por el Renacimiento en el siglo XV.
Italia se convertirá en el faro del mundo artístico y cultural en aquella época. La península italiana era un hervidero también a nivel político, y probablemente los italianos no pudieron salir a conquistar el mundo como lo habían hecho los romanos siglos antes, por su falta de unidad política a la cual, además, colaboraban las potencias extranjeras con intereses en la península de la bota. Francia y la monarquía hispánica tenían ambas intereses en Italia, y luchaban aliándose con un reino u otro según sus conveniencias. Así, y a través de las posesiones catalanas en el sur de Italia, la monarquía hispánica luchaba por tener más influencia en la península itálica con Francia, que disponía de posesiones en el norte y parte del centro.
Con este constante intercambio entre Italia y otros países, no es de extrañar que el Renacimiento sedujera rápidamente a los monarcas y potentados de otros países, empezando por Francia y los reinos de la península ibérica que mucho más tarde serían conocidos como España. El renacimiento, en definitiva, supone el despertar de la razón, la ciencia y la vitalidad, enfrente de una edad media espartana, dominada por la religión a la par que atemorizada por esta.