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En No nacimos pa’ semilla (1990), libro de crónicas de Alonso Salazar, aparece esta marginalidad desparramada, o mejor encaramada, sobre las comunas de Medellín. Salazar da la voz a los marginados para tratar de penetrar lo más objetivamente posible en la problemática violenta de las bandas juveniles. En este libro, que es una conmovedora mezcla de literatura de testimonio y reflexión sociológica, hablan los sicarios, las madres de los sicarios, los sacerdotes de los barrios donde viven los sicarios y los enemigos de los sicarios. Son crónicas que retratan una mentalidad juvenil a la que el Estado colombiano se ha negado a mirar y a considerar. Mostrándonos las periferias de Medellín, esas laderas montañosas donde la muerte se trivializa a diario, donde la única ley que se cumple es, al decir del cineasta colombiano Víctor Gaviria, la ley de la gravedad, Salazar termina trazando un tenebroso pero real croquis de la nueva ciudad latinoamericana. Un croquis que es como una enorme llaga, y que se lee, o se siente, de un tirón, con el alma en vilo, entre desconcertados y maravillados ante la irrupción de una generación de adolescentes que trastoca radicalmente los viejos valores morales de una cierta mentalidad pueblerina, basados éstos en la enseñanza y conservación de los tradicionales principios católicos y en la defensa de un progreso que había sido el baluarte de aquellos arrieros heroicos que habían hecho de Medellín una “Tacita de Plata” a punta de trabajo y honradez. Salazar retrata un Medellín como si éste fuera un espejo donde se vuelven astillas los viejos sueños de tanto utopista fundador o regente de ciudades, para quienes las bases sólidas de cualquier civilización urbana deben ser el respeto y la convivencia.
Saludos!!!!!!!!
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